miércoles, 23 de diciembre de 2009

El sur de Vietnam: el Mekong y Saigón

La entrada a Vietnam a través del río Mekong, el tercero más largo de toda Asia –tras el río Amarillo y el Yangtzé- es ciertamente especial. No importa que la navegación en barca motorizada se eternice por los canales fluviales, ya que el entorno de arrozales y pequeños diques, salpicado de modestas viviendas junto al río (o sobre él), te hace perder la noción del tiempo (y el espacio) a través de esta sociedad asiática que vive por y para el arroz.


Elegimos Can Tho como base para explorar otros canales del delta, y organizar desde allí, con mucha paciencia y desplegando todas las artes del duro regateo con vietnamitas, una visita a uno de los mercados flotantes: nada realmente especial. Parecía que nuestras ganas de hacer deporte una tarde quedarían en nada tras infructuosos intentos de alquilar unas bicis; sin embargo, buscando unas pistas de tenis en las que –dura guerra para conseguir raquetas- pudimos jugar un partido, nos topamos con un club de ping-pong de mucho nivel, en el que me pude jugar unos partidos majos (que perdí, por supuesto).


La elección de la habitación del hotel no fue acertada, ya que las vistas al paseo fluvial del Mekong y a la estatua del tío Ho no compensan el ruido matutino de estos asiáticos tan madrugadores, trabajadores y, digámoslo, también codiciosos y, muchos de ellos, timadores.

Desde allí, nos fuimos a Saigón (como los locales aún la llaman tras más de treinta años de ciudad de Ho Chi Minh), donde pasamos totalmente de las visitas turísticas típicas relacionadas con la guerra de Vietnam (túneles Cu Chi, Museo de la Guerra, etc.) y nos dedicamos a pasear por la ciudad a nuestra manera, con una obligada visita a los desangelados Jardines Botánicos (me gusta pasear por ellos en todas las ciudades que los tienen). Lo más guerrero que hicimos fue marcarnos una sesión (incompleta) de Apocalypsis Now, aderezado con alpiste local, y una salida nocturna en domingo, en la que nos llevaron, uno tras otro, a todos los sitios abiertos a la una de la mañana (pocos y malos).

Unos días de rollito vietnamita fueron suficientes para darnos cuenta de que las jornadas en este país comienzan muy temprano y también finalizan pronto, sí o sí, quieras o no. El rugido de las motos, los ladridos de los perros, el despertar de los gallos, el canto de los pájaros, la música del vecino, o las consignas políticas por los altavoces del pueblo forman parte del bullicio mañanero que siempre te saca de la cama antes que el despertador.

Para finalizar la parte sur del país, buscamos una ciudad en la costa, y ésta fue Nha Trang, a ocho horas en tren (una minucia) desde Saigón. Temporada baja bajísima en este destino sin encanto (un Benidorm a la vietnamita), tiempo nada propicio ni para el baño ni para el buceo y sesión de baños termales y lodoterapia para culminar un agradable paseo en bicicleta por los alrededores.


¡Eso es todo, amigos! Ya os anticipo que el Norte –incluso los lugares más turísticos- fue mucho mejor. Enjoy life!
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martes, 22 de diciembre de 2009

De vuelta con el blog tras muchas historias

Después de algo más de tres semanas sin publicar nada, esta noche dedicaré unas horitas a subir algunas fotos y publicar algún post que ya tenía escrito y tenía retrasado.

Las últimas semanas ha sido cojonudas (ya las iré contando), y las hemos pasado de ruta en motos por el norte de Vietnam y por Laos. En una historia rocambolesca, perdimos una mochila con el portátil y todos mis papeles (incluido el pasaporte), entre otras cosas. Ya lo contaré en detalle; lo importante es que finalmente hemos recuperado todo, previo paso por caja.

Aquí os dejo una fotillo con nuestras Minsks.

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lunes, 30 de noviembre de 2009

Phnom Penh y la historia camboyana, muy triste

La capital de Camboya, Phnom Penh, ofrece su mejor cara a través del cuidado paseo junto al río Mekong en el que se asienta, donde se encuentran el Museo Nacional, el Palacio Real y la Pagoda de Plata, ninguno de los cuales visitamos por dentro en un arranque de saturación monumental (no creo que nos perdiésemos mucho). Un poco más adentro, la ciudad se convierte en una red cuadriculada de insulsas –sólo arquitectónicamente– calles, que muestran en una esquina el lado más triste de la lucha del país por salir adelante, con lisiados arrastrándose, niños pidiendo o madres con bebés durmiendo en la calle, y en la siguiente, un animado mercado repleto de agradables camboyanos, que con su sonrisa abren una puerta a la esperanza.

Donde no existen estos contrastes es en la sombría, amarga y sobrecogedora visita al Museo Tuol Sleng, antiguo instituto de secundaria utilizado por el régimen del Khmer Rojo como prisión secreta (llamada S-21) en la que, a lo largo de cuatro años del denominado “autogenocidio” camboyano –demasiado cercano en el tiempo y, sobre todo, en la memoria-, se encarcelaron, interrogaron, torturaron y asesinaron a más de 14.000 hombres, mujeres y niños (¿enemigos políticos?). Demasiado triste como para tener interés adicional en visitar los cercanos campos de exterminio de Choeung Ek.

A pesar de que estos hechos tuvieron lugar a final de los años 70 y Camboya aún se pregunta el porqué de estas atrocidades, algunos de los responsables se han librado de rendir cuentas a la justicia de los hombres (que es la única que yo conozco), mientras que otros aún están pendientes de que el complicado proceso judicial finalice. Parece que podría ser pronto.

Y es que una justicia lenta no es justicia.
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domingo, 29 de noviembre de 2009

Angkor y la cocina camboyana, una maravilla

Sin duda el país más pobre de los que hemos estado hasta ahora, Camboya ofrece magníficas perlas que no se pueden más que apreciar y saborear.

En primer lugar, los templos de Angkor, cerca de Siem Reap, muestran sólo una parte de la grandiosidad y el esplendor del imperio Khmer camboyano, cuya capital tenía, allá por el S.XII, un millón de habitantes, cuando Londres tenía 50.000 o la villa de Madrid se repoblaba tras la Reconquista. El recorrido en tuk-tuk entre los enigmáticos templos y fastuosos palacios, construidos en un primoroso entorno natural con el que se funden, es, a nivel de monumentos, lo más espectacular de este viaje hasta el momento.


La ciudad de Siem Reap, en la que apenas hay alumbrado público más allá de las tiendas, comercios y restaurantes, tiene un bullicioso y condensado centro (cuatro calles) en el que la oferta culinaria para los turistas me pareció de una altísima calidad.
Tanto es así, que después de un par de días en Siem Reap comiendo de maravilla, reservamos una mañana para hacer un curso de cocina camboyana en un restaurante llamado Le Tigre de Papier, con visita al mercado local incluida. Yo decidí preparar una crema de calabaza con leche de coco y un pollo al estilo pod choy; muy sabrosos me quedaron los dos platos, hay que decirlo. En la cocina camboyana, además de utilizar, como es natural, las especias más comunes en la zona (tamarindo, caña de limón, galanga y cúrcuma, por ejemplo) –algunas de las cuales aderezan el riquísimo amok–, cocinan las verduras en agua o leche de coco en lugar de en aceite, lo cual es una sana costumbre.


Intentaremos abastecernos de los ingredientes necesarios y replicar estos platos de vuelta a España, y, si no acertamos, habrá que buscar algún restaurante camboyano en Madrid, o en su defecto un asiático que prepare comida camboyana, que lo habrá.


Lo que no podremos replicar seguro es el bonito trayecto, en autobús primero y en barca después, para ir de Phnom Penh a Chau Doc, en Vietnam, a través de la frontera fluvial que está dispuesta en medio del Mekong.

En su renombrado delta, el tiempo simplemente discurre despacio, y así, despacio y sin prisas, nos despedimos de Camboya, hechos unos expertos en cocina ... marítima.
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domingo, 22 de noviembre de 2009

Confirmado: Facebook bloqueado en Vietnam

Desde Ciudad Ho Chi Minh, como algunos se empeñan en llamar a Saigón desde hace más de 35 años (no sus habitantes), podemos confirmar la noticia de la agencia EFE de la que se hacían eco El País y El Mundo hace un par de días.

Efectivamente, Facebook está bloqueado en la República Socialista de Vietnam:


De todas formas, la gente encontrará el camino para la protesta contra todo aquello que no consideran justo, en Sebastopol y aquí en la Cochinchina.

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Una semana en Bangkok, locura de ciudad

Aún resuenan en mis oídos las voces callejeras de la ajetreada capital tailandesa, que repite de forma rítmica y cadenciosa “maaaaasage, maaaaasage”, con un tono parecido al que utilizan en Siem Reap para decir “one dooollar”. De esta forma, las sonrientes tailandesas aguardan incansables un mínimo gesto de atención para lanzar una maliciosa sonrisa que atrape al paseante hacia la tela de araña de sus casas de masajes.

No estaba yo muy perrunillero estos días en Bangkok, que pasé medio constipado a causa del aire acondicionado de nuestro “hotel”, pero aún así cayó algún gratificante masaje, y más que vendrán, que a Tailandia volveremos pronto.

Desde nuestra base de operaciones en la zona de Kao Shan, atiborrada de turistas, exploramos la ciudad: visitamos los palacios y templos, merodeamos por los mercados callejeros –especialmente arrebatador el de Chatuchak, el mayor del mundo con sus más de 15.000 puestos-, y cogimos el Chao Praya River Express que recorre el río que atraviesa la ciudad.

Como excursiones, un día nos dimos una pequeña paliza para hacer varias visitas turísticas en la zona de Ratchaburi. Por la mañana, fuimos al mercado flotante de Damnoen Saduak, que, aun siendo una visita destacada por hacer desde Bangkok, ha perdido, para mí, el encanto que un día pudo tener al estar hoy en día orientado principalmente a los turistas, que en hordas llegadas desde Bangkok lo visitan (o mejor dicho, lo visitamos :-(). Tras el mercado, nos dirigimos al mítico puente sobre el río Kwai, inmortalizado en la genial película cuya música seguro que conocéis, donde un humilde museo explica, entremezclada con las crónicas de Tailandia, la historia del campo de prisioneros (sólo sobrevivieron una docena) que estuvo a cargo de la construcción del “ferrocarril de la muerte” en dirección a Saigón durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, fuimos al Templo de los Tigres, un monasterio budista que se ha convertido en una especie de centro de rehabilitación de animales, y en el que, con la supervisión de los voluntarios, se puede acariciar a los tigres, algunos de los cuales caminan semi-libremente por el parque. ¡Muy curioso!

De todas formas, tras este día en el que la masificación de turistas era abrumadora –como también sucede a todas horas en Bangkok-, me confirmo en que hay que salirse de los caminos marcados para disfrutar de las experiencias en plenitud.

Y eso sí ocurrió la noche que asistimos a una velada de muay thai, la lucha tradicional tailandesa, en la que en medio de un enardecido y atronador ambiente, animado fundamentalmente por el griterío de los apostantes desde los asientos de tercera clase, los jóvenes (y sorprendentemente pequeños) luchadores se golpean de todas las formas imaginables durante cinco frenéticos asaltos. Como consejo para los apostantes, mejor jugarse el dinero a favor del boxeador con calzón rojo.

En cuanto a la comida, aunque no está mal, la verdad que nos resultó algo decepcionante, quizás debido a las altas expectativas que teníamos a priori. El pad thai está rico casi en cualquier sitio, sin duda, y tomé un par de pescados más que decentes, y una sopa picante suki que me gustó mucho, pero como mejor ejemplo de la decepción general, y pesar de la cantidad, está el hartón de marisco, simplemente mediocre, que nos dimos en Chinatown. Como rarezas, probamos en algunos puestos callejeros saltamontes fritos, regulares, y el escorpión frito, un poquito mejor pero de textura agresiva para mi gusto. Como volveremos a Tailandia, seguro que encontramos otros platos que nos dejen una mejor impresión final.

De marcha, nos costó encontrar los sitios realmente buenos, ya que parece que el conocimiento local es totalmente necesario para saber cuál es el local que cada noche soborna a la policía para poder cerrar más tarde las dos. En esta ciudad en la que se sale todos los días, nosotros fuimos más prudentes, y sólo salimos en condiciones tres de siete noches. La última sobre todo, lo pasamos genial en una zona llamada RCA, con muchos bares y discotecas llenos de locales y algunos turistas.

Por supuesto, en esta ciudad también está disponible toda la oferta de sexo, vicio y perversión que se quiera, para todos los gustos y niveles de moralidad. Nosotros nos dimos una vuelta por la zona de Patpong, por ver el ambiente del distrito rojo, pero la verdad es que da asco y pena más que nada. Lo que sí me hacía mucha gracia es lo que nos decían los taxistas cuando les preguntábamos pos sitios buenos para salir: “No money, no honey” (Iván, toma nota para una de vuestras camisetas de Setaloca).

Y así, con la excusa de la gestión del visado de Vietnam (que llevó tres días) y de pasar el fin de semana en esta ciudad famosa por su fiesta, pasamos esta semanita en Bangkok (seguramente demasiado), antes de desplazarnos a Camboya, Vietnam y Laos.
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jueves, 19 de noviembre de 2009

Libros del viaje – La Ilíada, Siddharta y otros

Aunque resulte increíble, en un viaje como el que estamos haciendo, supuestamente con tanto tiempo libre, debería haber más espacio para leer. Pero la realidad es que es principalmente durante los trayectos de autobús, tren o avión (si es que no hay que trabajarse el siguiente destino con la guía de viaje) cuando más se puede aprovechar para avanzar con los libros. Supongo que los viajeros que hacen su travesía en solitario dedican mucho más tiempo a leer.

Por mi parte, os voy a contar brevemente los libros que he terminado hasta ahora (habrá nuevas entregas), en el orden en el que me los he leído:

La Ilíada, de Homero, es un libro que siempre había querido leer. La historia de la Guerra de Troya, escrita como poema épico, se hace dura de leer con toda su descriptiva descripción de batallas adornadas de reiterados epítetos. La diversión está en el caprichoso juego sobre los destinos de los mortales en el que los Dioses del Olimpo se recrean, proyectando sus egos y luchas intestinas sobre los héroes troyanos y griegos. Igual que cayó la pérfida Ilión tras diez años de insistentes acometidas por parte de los aqueos, así terminé yo La Ilíada, seguramente con ayuda de los dioses. La Odisea la dejaré para otro viaje.

Siddharta, de Hermann Hesse, es uno de mis libros favoritos de siempre. Lo leí esta vez (la tercera) en formato electrónico (desde luego no es lo mejor, pero es un libro corto), en una noche de insomnio en el transiberiano. Se trata de la búsqueda del protagonista, hijo de un potentado brahmán de La India, de la iluminación espiritual, que encuentra no a través de enseñanzas de su padre y sus diferentes maestros, sino siguiendo su propio camino vital. Desde una perspectiva budista, el libro ensalza el valor de la paciencia, el arte de saber escuchar y penetrar el alma de los extraños, así como la tranquilidad y la serenidad de espíritu.

Las Rimas, de Bécquer, fue uno de mis clásicos de juventud –junto con las Leyendas, que también estoy “releyendo”, en plan audio libro-, y hacía ya mucho tiempo que no las repasaba. Mientras que las Rimas me parecen ahora mucho más ñoñas (siguen siendo una obra de arte), las Leyendas las encuentro si cabe más fascinantes.

El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough, es el primero de una serie de siete libros de esta autora experta en Roma. Entretenido, bien escrito, y con un excelente apéndice sobre términos latinos utilizados y otras curiosidades, es un libro brillante que engancha de principio a fin, y que, desde luego, me invita a la lectura de los siguientes de la serie.

Miguel Strogoff, de Julio Verne, cuenta las aventuras de un valiente correo del zar en su complicado y azaroso periplo de Moscú a Irkutsk a través de las peligrosas llanuras siberianas invadidas por pueblos Tártaros. El evocador relato de los lugares por los que habíamos pasado en la primera gran etapa de nuestro viaje añadió un punto de interés adicional a esta amena novela de aventuras.

The towers of Trebizond, de Rose Macaulay, está escrito en un inglés británico culto que hace uso de un excelso vocabulario, lo cual es bueno para aprender nuevos términos, pero hace la lectura tediosa por momentos (a veces no es el vocabulario). Cuenta el viaje por Turquía de las protagonistas, en una misión exploratoria de la iglesia anglicana con la intención de captar nuevos adeptos y material para sus libros. Demasiadas discusiones sobre religión acompañan el agudo ingenio de la autora y las divertidas disquisiciones filosófico-morales en las que se encuentran los personajes.

Por otra parte, deciros que no me pude leer el libro uno de los libros que traje inicialmente y que me habían mis compañeros en Vodafone (En el gallo de hierro de Paul Theroux), ya que me lo dejé olvidado en algún lugar de Mongolia cuando iba a empezarlo. ¡Ya los siento, Charo!

Los siguientes libros que tengo por aquí son The beach (el de la peli de La Playa), de Alex Garland, The Hollow, de Agatha Christie, y Voices from S-21 – Terror and history in Pol Polt’s secret prison, de David Chandler. Veremos cuáles me leo, ya os contaré.

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lunes, 16 de noviembre de 2009

Java – Monte Bromo, Yogya y Yakarta

Definitivamente, Indonesia, con sus 17.508 islas que la convierten en el mayor archipiélago del mundo, es un país que me ha sorprendido, y para bien. Una vez más, nos fuimos con la sensación de que quedan muchos destinos en los que dejarse sorprender en este país, como la aciaga Sumatra –siempre castigada por los desastres naturales-, la inquietante y sinuosa Sulawesi, o la salvaje e inaccesible Papúa.

Nuestra experiencia en la Indonesia profunda se redujo al viaje hacia poniente a través de Java, que de todas formas no debe de ser de lo más profundo de Indonesia. Y esta experiencia la recordaré sin duda a través de la carismática figura de Don Hasman: periodista, escritor, antropólogo, puntualmente conferenciante (es un reconocido experto en la cultura y tradiciones de su país) y, sobre todo, pertinaz viajero (el camino de Santiago ha sido uno de su más recientes viajes) y distinguido fotógrafo. Este infatigable y entusiasta javanés de 69 años al que conocimos en Probolingo, casi al final de nuestro largo día de viaje desde Bali hasta Cemero Lawang, derrochó amabilidad, atención y simpatía natural hacia nosotros, y nos hizo de improvisado guía durante nuestros tres días en las inmediaciones del Monte Bromo, uno de los 129 volcanes activos de indonesia.


El paisaje es ciertamente sobrecogedor, especialmente al alba y a primera hora de la mañana, cuando la niebla cubre el valle sobre el que se alza el Bromo, cuyo accesible cráter expulsa de forma continua humo, ceniza y tenues hedores a azufre. Exploramos la zona con Don, levantándonos antes del amanecer y descansando tranquilamente tras la puesta del sol en la modesta pensión que él nos recomendó.


También siguiendo su consejo nos quedamos un día más para así poder ver un ritual hinduista javanés sobre el que nuestro cicerone, con su cautivador carácter que todo el mundo parecía conocer por allí, llevaba investigando 41 años (para escribir un libro que, según él, debería estar listo para el año que viene), en el que la comunidad de un pueblo cercano, liderada por sus jefes y chamanes, se reunía para entregar ofrendas y rendir pleitesía a cierta deidad al son de una música repetitiva y penetrante. Evidentemente, éramos los únicos extranjeros y, como le dije a la televisión local indonesia que me entrevistó (por guiri), la verdad es que no comprendimos mucho de lo que allí sucedía, pero desde luego fue algo especial y diferente.

Desde allí recorrimos, en un agotador trayecto de algo más de diez horas, los 450 kilómetros que nos separaban de Yogyakarta (no, no había autovías en condiciones y sí muchísimo tráfico). Buen tipo el bandarra de nuestro conductor, Agus, quien a sus 31 años ya tenía tres esposas (de 16, 19 y 21 años respectivamente), lo que, sin llegar a las 41 del I Sultán de Yogya (ya van por el X), es una buena ración de cariño por dar y recibir a diario. Pero bueno, estas son las interioridades del mundo musulmán, ¡ese gran desconocido para mí!


Desde Yogya (como llaman los indonesios a Yogyakarta) rendimos la obligada visita a los templos de Prambanan –hinduista, del s.X- y Borodudur –el mayor templo budista del mundo, del s.VIII-, y condujimos con Agus por las inmediaciones del humeante volcán Murapi, que estalló en erupción por última vez en 2006, provocando un fuerte terremoto (de magnitud 6.2) y numerosas víctimas mortales (más de 5000) en esta bonita zona.

Finalmente, antes de abandonar Indonesia camino a Bangkok, decidí volar a Yakarta para visitar a mi amigo Des –malayo de nacimiento (de Kota Kinabalu, ni más ni menos) pero español de espíritu-, al que no veía desde hace más de siete años. ¡Toda una alegría! Sin duda estamos más viejos que en la época de Helsinki, pero eso no fue óbice, ni mucho menos, para que pasáramos una ajetreada noche de fiesta, escándalo y mucho vicio en la bulliciosa capital.

Como contrapunto, el domingo por la mañana, de vuelta de farra, observé que las calles, saturadas de coches la noche anterior, estaban atestadas de corredores, ciclistas o simples paseantes ... ¡a las 6 de la mañana! Y es que el primer domingo de cada mes cierran parte de la ciudad al tráfico rodado (bueno, la mitad de los carriles) y medio Yakarta (el otro medio está con la última copa) se echa a las calles en un intento por mantener el tipo y la salud y, según las autoridades, en un conato de controlar la alarmante polución de la ciudad. ¡Buena iniciativa!

¡Y es que el deporte es muy sano!

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domingo, 15 de noviembre de 2009

Disfruta la fruta

Refrescante, sabrosa y, casi siempre, deliciosa, uno de los alimentos más apetecibles durante el verano –o durante los interminables calores de estas latitudes tropicales- es para mí la fruta. La he disfrutado de mil maneras: al natural, en zumos, en ensaladas y acompañando otros manjares.

Al natural, de lo mejor, los mangos, cuanto más maduros más sabrosos; nos dijeron que el interior de Java era zona con tradición de cultivo y tenían los mejores – desde luego estaban riquísimos, y eran gigantescos.

En zumo, para acompañar la comida, mejor los clásicos: uno de piña, naranja o papaya. El aguacate (¿es realmente una fruta, por cierto?; yo diría que no) es demasiado denso y no me pega en zumo (en ensalada sí, desde luego). Y el de la fruta estrellada (llamada carambola en Sudamérica) es demasiado amargo; también lo descarto, esta fruta mejor para adornar. El de lichi no me convenció tampoco. Si buscas refrescarte, ya se sabe, la sandía, al natural todo un clásico, y en zumo una alternativa que no había probado (tampoco el de melón, bastante bueno). O el agua de coco, esencial en cualquier puesto callejero.

En batido, el de plátano, espectacular en un restaurante de Bali en el que todo estaba para chuparse los dedos, en especial un filete de atún a la parrilla, crudito, que cenamos un día. También el de fresa, excelente fresquito y recién hecho, o el de guayaba, también llamada, según el país, guava.

Y luego están todas las variedades locales que yo no había probado. El durián (que yo inicialmente confundí con la guanábana colombiana, que sólo he tomado en zumos, pues nunca la llegué a ver al natural), con un olor apestoso y una text
ura desagradable, no me gustó nada. La fruta del dragón o pitaya, roja o blanca por dentro, rica, rica en cualquier caso. El lichi y todas sus variedades hacen buen servicio de aperitivo: langsat (lo tomamos la primera vez recién cogido, en Sarawak), rambután y longkon son algunas de las que hemos visto y probado. Como frutas curiosas, la pomarrosa, con forma de pimiento y sabor a manzana, y la extraña y enorme fruta de Jack, a la que aún no le he dado una oportunidad. Cory me dice que pruebe también las peras coreanas (su madre es de allí, por cierto), y yo le contesto que sí, que tiene razón en eso de que en la vida casi todo se puede probar al menos una vez, pero que yo siempre me he decantado por las de agua.

El mangostán o mangostina, según nos dijo nuestro amigo Don, es, junto con el kiwi y el pomelo (enormes en el mercado flotante de Damnoer Saduak, cerca de Bangkok), de los mejores antioxidantes: bueno para prevenir muchas enfermedades. No sé si llegará a España, para incorporarlo a la cesta de la compra alguna vez.

Lo sabrá seguro mi querido Tío Eladio, gran conocedor de casi todas las variedades de fruta existentes, y a quien, tratando este tema, no puedo dejar de mandar un cariñoso saludo a través de esta entrada del blog.

Yo, por ahora, así sigo, disfrutando tanto de las nuevas texturas y sabores como de los ya conocidos, tanto en la fruta como en la vida, siempre buscando la sombra y el refresco por estas calurosas latitudes.
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lunes, 9 de noviembre de 2009

Las islas Gili – snorkling y buceo, piscina, playa y marcha

Como no se podía decir que estuviésemos cansados o estresados en Bali, decidimos hacer el camino a las islas Gili experimentando el transporte local, en lugar de la lancha exprés (sólo dos horas) para turistas que tomaríamos a la vuelta.

Marchamos en autobús entre arrozales, sofocados por el calor, hasta Ubud, y de ahí hacia Padangbai (tres horas desde Kuta), donde tomamos el ferry de cuatros horas y media hasta Lembar, ya al otro lado de la línea de Wallace, en Lombok. De ahí tomamos una furgoneta hasta Senggigi (una hora más), donde hicimos noche. A la mañana siguiente, tras merodear por las playas de la zona (mucho mejor hacia el norte, donde la serpenteante carretera junto a la costa ofrece buenas vistas de estas playas), fuimos en taxi a la terminal de autobuses de Bangsal (una hora), desde donde nos acercamos en cidomo (carro tirado por un poni) al puerto. Allí, como bien nos indicaba nuestra guía, nos intentaron timar con los billetes; pero, tras poco más de una hora de espera pudimos coger el bote público que nos llevaría en una horita larga hasta Gili Trawangan.

Definitivamente el transporte público en Indonesia es imprevisible, aunque en este caso estábamos avisados y lo hicimos con conocimiento de causa, tomándonoslo con calma.

Casi al comienzo de esta travesía conocimos a Miguel, un fotógrafo de Valladolid que durante sus continuos viajes se gana la vida jugando al póker online. ¡Gran idea! Echamos los cuatro una partida tranquila en el barco que tuve la fortuna de ganar, con la suerte del principiante.


Ya en Gili Trawangan, la isla más “grande” y animada de este precioso archipiélago, pasamos cuatro días muy majos, haciendo snorkling, buceando y saliendo de marcha uno de cada dos días –los días de fiesta allí son lunes, miércoles y viernes, de los que cazamos los dos últimos-. Con el alojamiento no tuvimos mucha suerte, más que nada por el ruido: las dos primeras noches teníamos una obra cercana, que nos despertaba temprano por las mañanas; mientras que las dos últimas, tras cambiar, estábamos, sin saberlo, relativamente cerca de la mezquita del pueblo, y los cantos de los muecines nos tocaron bien los … tímpanos.

Al ser una isla relativamente pequeña, al segundo día (mejor dicho, tras la primera fiesta), ya conoces a mucha gente; y casi vas saludando por la calle, tanto a locales como a guiris. Como había una mesa de ping-pong frente a la playa, y el primer día me tiré un farol, por hacer la gracia, con una apuesta ciega de 50.000 chapas (poco más de tres euros) a que ganaría al mejor jugador de la isla, pues los siguientes días muchos me iban saludando “español, español, amigo, amigo”. Ni que decir tiene que ya no soy el que era en este deporte (es verdad que tampoco tenía mi pala), y dueño del chiringuito me ganó la apuesta, no sé si de forma falsamente ajustada. A todos los demás con los que jugué (cada tarde unos partidillos), les gané, aunque a la mayoría sin mucho mérito ni emoción.

El snorkling en esta zona es muy bueno, y se puede ver casi lo mismo que buceando, pero la verdad que nuestra jornada de buceo fue realmente especial, y vimos muchísimos bichos diferentes, como el pez loro jorobado o el pez mariposa, además de tortugas, una morena, peces trompeta, mahi-mahis o pargos, de los que dimos buena cuenta p


Al margen de estas actividades o de algún paseo en bici por la isla, por el día solíamos pasar un rato en alguna piscina, con unas cervecitas o cócteles y música de fondo, y otro rato tirados en la playa, leyendo o dándonos un baño.

Por la noche, también vimos de todo: conocimos a suizas, suecas, alemanas, italianas, australianas, polacas, inglesas, a unas enfermeras de Nueva York muy escandalosas, e incluso a unas chicas de Alcorcón muy majas a las que les temblaba la patata. La música era bailable, las copas “nacionales” muy baratas y el ambiente, en general, más que curioso, con los locales revoloteando como locos en sus frenéticos bailes en torno a las extranjeras. Nosotros, a lo nuestro: calentamos con "peñas de trago", seguimso con los tornados cerveceros de Cory, y terminamos, por varios, dando guerra y castigo hasta por la mañana.

En resumen: otro destino playero, mucho más genuino y recomendable que Bali.

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sábado, 7 de noviembre de 2009

Gastando millones en Bali

Son diez mil – me decía con una sugerente sonrisa una joven balinesa, con sus grandes ojos negros y su tez suave tostada por el sol. Yo no podía más que devolverle sinceramente el gesto, que la chica lo merecía sin ninguna duda. Inmediatamente después le pedí más de lo mismo, que la primera entrega me había sentado muy bien.

Y es que la cerveza Bintang, de la que tan orgullosos están los indonesios, está riquísima. Definitivamente, a diez mil chapas (rupias indonesias, en este caso) la botella (0.65€), es un regalo, casi tan valioso como unos días de sol y playa en Bali, Lombok y alrededores. Y como hemos venido al mundo para ser felices (Susana dixit), y eso incluye, en mi caso, darme mis buenos caprichos, pues durante estos días en Bali y las islas Gili no nos ha faltado de nada.


Los pasamos como enanos con Cory, un crack de Indiana a quien conocimos en Mabul haciendo el curso de buceo, y con quien aún continuamos viajando. Gran tipo, grandes frases y grandes historias para recordar siempre.

En Bali nos quedamos en la zona de Kuta y Legian, posiblemente lo más turístico de la isla, repleto de suec@s, australian@s y cientos de otros guiris y locales, atraídos por los precios ridículamente bajos (para una oferta de calidad) de este paraíso del surf y la marcha nocturna, descubierto para el turismo por una pareja de americanos antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando esta parte de Indonesia aún pertenecía a Holanda.

Nosotros nos tomamos nuestra semana allí como unas vacaciones veraniegas, saliendo cada noche, dándonos homenajes culinarios (excelente comida, en especial el pescado y los zumos de frutas) y haciendo excursiones a diferentes playas en la isla. Además, en nuestro hotel, de habitaciones sencillas y espaciosas, teníamos una piscina de lujo donde nos hemos tomado nuestras buenas Bintang, cócteles y whiskazos.

En cuanto a las excursiones, empezamos por Ulu Watu, una bonita playa entre acantilados, mítica para los surferos, pero peligrosa, en algunas zonas, para el baño. Muy cerca se encuentra el templo de Pura Luhur Ulu Watu –hinduista, como es, mayoritariamente, Bali-, situado espectacularmente en la cima de los acantilados, donde nos quedamos para contemplar, rodeados de traviesos monos, la puesta del sol mientras un grupo de balineses interpretaba un animado teatro-danza Kecak, curioso y con un punto de humor muy particular.

Otro día fuimos, conduciendo bien entre arrozales o por calles esmeradamente acicaladas al estilo balinés, a la playa de Echo Beach, al norte de Seminyak, mucho más tranquila y sin turistas. Como decían los carteles del restaurante donde unos refrescantes zumos acompañaron una buenísima ensalada de aguacate y unos pescados (mahi-mahi y butterfish ese día, creo recordar): “Echo Beach: difícil de encontrar, difícil de olvidar”.

En Dreamland, también playa surfera junto a acantilados, hicimos nuestros pinitos con el bodyboard bajo un considerable oleaje, que nos arrastró varias veces, dejando algún recuerdo en mi pecho tras un par de golpes morrocotudos contra la arena. Aún así, muy divertido, y muy buen aprendizaje para cazar las olas en la tabla de surf (para cuando se tercie).
Además, a cincuenta mil rupias (poco más de tres euros) la hora de masaje balinés (demasiado suave para mi gusto), y dejándose contagiar por el único carácter de los balineses –divertidos, afables y relajados-, uno se recupera rápidamente.

Por supuesto, otra buena terapia es la culinaria. Aunque normalmente no nos excedíamos y nos decantábamos simplemente por un pescado a la brasa y un refrescante zumo (mis preferidos: de plátano, mango, melón, piña o papaya), hace unos días nos dimos un festín que os voy a detallar. Para beber, una botella grande de agua, tres zumos de plátano y dos coca colas; como entrantes para compartir, tres ensaladas hermosas –una de tomate, otra de aguacate y otra de verduras-, un plato de nachos con guacamole, una ración de gambas (acompañada de patatas fritas y ensalada), otra de calamares (también acompañadas) y un platazo de nasi goreng “especial” (arroz frito con huevo, verduras y marisco); y como platos principales: un pescado a la parrilla (un pargo rojo enorme), y dos cangrejos al vapor, todo ello acompañado de ensalada y patatas fritas. En total, pagamos la ridícula cantidad de cien mil rupias cada uno de los tres; al cambio, menos de siete euros por barba. Como dirían en Losar, ¡qué tupa!

Y es que así cualquiera se gasta los "millones", invirtiéndolos en felicidad.




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jueves, 5 de noviembre de 2009

Fin de semana en Kuala Lumpur

Finalmente dejamos Borneo –¡cómo nos costó!- para dirigirnos a Indonesia, nuestro siguiente destino, en el que aún estamos. Para ello, tras pasar una noche en Semporna (la ciudad desde la que se accede en barco a Mabul y Sipadán), tomamos un vuelo desde el aeropuerto de Tawau (a una hora en minibús colectivo desde Semporna) hasta Kuala Lumpur, la capital malaya, que habíamos dejado inicialmente fuera de nuestra ruta.

Pernoctamos dos noches en un cuidado hotel en la zona de Chinatown, junto al mercado nocturno de Jalan Petaling, lo que resultó ser un acierto, ya que la estación de autobuses desde la que partiríamos a Singapur (comodísimos autobuses, por cierto) estaba justo al lado.
KL, como llaman los malayos a su capital, es una ciudad bastante complicada para los peatones, y su sistema de transporte público me pareció, cuanto menos, más intrincado e incomprensible que el de Singapur. Aún así, paseamos y paseamos, azotados
por el calor y empapados por la humedad, por la ciudad: tanto por la zona colonial en torno a la inmensa plaza Merdeka, como por nuestro barrio chino y su mercado, así como por los enormes “Jardines del Lago”, preciosos pero sorprendente solitarios para ser un domingo.


El Mercado Central, repleto de artesanía local y con algunos puestos de comida, merece la pena, y no sólo por el refresco que supone el aire acondicionado en medio del calor de la ciudad. Me gustaron particularmente algunos cuadros de batik (muy caros para mi presupuesto) y, por supuesto, los arcos y las efectivas cerbatanas utilizados en el interior de Malasia. Por lo demás, lo mejor del mercado fue un masaje muy especial que disfrutamos allí: se trataba de meter los pies en una piscina llena de cierto tipo de peces que no paran de darte pequeños mordiscos en todas partes, produciendo un agradable e inquietante cosquilleo mientras, supuestamente, eliminan impurezas de tu piel en lo que denominaban fish spa. Fueron sólo diez minutos, pero definitivamente los peces se dieron un buen festín.

Por la tarde-noche (a la hora de la merienda-cena), no nos podíamos perder la obligada visita a las torres Petronas, que con sus 451.9 metros fueron el edificio más alto del mundo durante algún tiempo (ahora mismo están en la quinta posición). El centro comercial (KLCC) que se encuentra en la base de las torres es, como muchos otros en las grandes ciudades asiáticas, simplemente espectacular: todas las marcas de lujo se dan cita en él, así como todo tipo de restaurantes, además de unas salas de cine, en las que vimos un tremendo bodrio protagonizado por Bruce Willis (me has decepcionado con ésta, Bruce).


Al día siguiente, tras una salida de sábado por la noche en la que sólo encontramos un decepcionante y decadente ambiente, regresamos a nuestra base en Singapur. Allí aproveché la mañana para visitar el magnífico Museo de las Civilizaciones Asiáticas, la tarde-noche para una buena merienda-cena, y la noche para tomar una copa con Mark, un amigo americano de mi época en Viena que estaba casualmente en Singapur por trabajo.

Es lo que tiene Facebook, que te permite estas alegrías al tenerte localizado, cuando quieres…


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viernes, 30 de octubre de 2009

Alipéndulas en Borneo

Bien es conocido el enorme grado de biodiversidad del que goza Borneo, en el que existen más especies de plantas que en toda África, y en el que muchos insectos aún están por clasificar y catalogar. En este contexto de abundancia botánica y entomológica, ha sido sin embargo el avistamiento de ciertas aves y mamíferos endémicos lo que ha atraído la ingente atención de la oleada ecoturista en alza.

Calúas, gibones, elefantes pigmeos de Borneo, orangutanes, monos proboscis, loris perezosos y alipéndulas de Borneo abundan por la selva y se dejan ver aleatoria y caprichosamente, mal que les pese a los esforzados turistaventureros, parapetados tras sus cámaras y armados de maxi-lentes de tropecientos milímetros, buscando cándida y pacientemente la instantánea del siglo, persiguiendo aplicadamente el próximo exitazo de Youtube o National Geographic (por cierto, mi vídeo de naturaleza favorito sigue siendo el de la lucha entre búfalos, leones y cocodrilos en el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica).

Así, ante tal avidez por contemplar inusitadas escenas de la naturaleza, no faltan en Borneo guías que, por una módica cantidad, conduzcan a los animosos viajeros a la búsqueda de las escurridizas alipéndulas, las cuales, según los tabau, son sin duda las criaturas más difíciles de fotografiar sobre la faz de la tierra, lo que ha sido corroborado por los más prestigiosos ornitólogos, llegados desde Monfragüe.

Cuentan los tabaus en sus leyendas que estas veloces y extrañas aves nocturnas, tan míticas para ellos como eran los quetzales en Centroamérica, sólo se dejan ver por almas puras, de las que, por unas razonas o por otras, quedan muy poquitas, incluso entre los indígenas borneanos, bien malayos o indonesios, musulmanes o cristianos. Y es que hay mucho vicio…

Es por ello que, aunque las excursiones nocturnas hayan sido organizadas con algún niño o niña encabezando la partida (para dar alguna oportunidad a los pecadores fotógrafos, exentos de la inocencia infantil), en los últimos años sólo algunos jóvenes locales han logrado vislumbrar el magnificente colorido de la alipéndula.

Dadas las circunstancias, y siendo consciente de mi naturaleza envilecida, dejé una de nuestras cámaras a Kudra, la niña que actuaba de ayudante del guía, confiando mi suerte a ella. Mientras, con la otra cámara, yo observaba a los observadores, lo que encontraba mucho más interesante.

Y así, en un tremendo golpe de azar, sólo Kudra, como era de esperar, pudo avistar un ejemplar (hembra, según ella) remontando el vuelo hacia las copas de los dipterocarps. Por supuesto, nadie más lo vio y no hay fotografía que lo inmortalice.

Y es que esto es lo que pasa con la persecución, que se convierte en acoso, de los mitos de la naturaleza, reales como los de los quetzales o de los gamusinos, o inventados como los de las alipéndulas (creo yo): que rara vez se convierten en realidad, y sólo sirven para atraer, enganchar y, a veces, desesperar a los cada vez más frecuentes turistaventureros. De todas formas, ya se sabe: en el pecado va la penitencia; no es oro todo lo que reluce; y, como decía sabiamente mi abuelo, dice mi padre, y digo yo también, en el bar se siega mucha avena.

Finalmente deciros, queridos amigos, que en mi adorada Extremadura, en lugar de alipéndulas tenemos gamusinos, igualmente difíciles de fotografiar, y mucho más de cazar. A diferencia de las alipéndulas, es prácticamente seguro que todo el que va a cazar gamusinos, acaba viendo uno. Para más información sobre la caza del gamusino, Extremundo world tours.

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domingo, 25 de octubre de 2009

Masters del universo … submarino, en Mabul

Cuatro días, cuatro, pasamos en la pequeña isla de Mabul, en el mar de las Célebes, a 30 km de la costa suroeste de la provincia malaya de Sabah, en el noroeste de Borneo. Nos dedicamos básicamente a sacarnos el curso PADI de buceo en aguas abiertas, ya que visitaremos excelentes zonas de buceo en los próximos meses y no queríamos perdernos los puntos de interés ni debajo del agua. De hecho, allí, terciando una botella de ron filipino para amenizar alguna tranquila velada con nuestros compañeros de buceo (y alguno también de copas en Bali, desde donde publico este post), nos emocionamos con la posibilidad de ir a Filipinas (¡estaba tan cerca entonces!) a ver tiburones ballena… Só Deus sabe! – que dicen los brasilerios.


Buceamos principalmente en Mabul y en el atolón de Kapalai, y hemos visto casi de todo: tortugas enormes, peces cocodrilo, pulpos, rayas de varios tipos, barracudas, peces trompeta, caballitos de mar, una morena gigante, así como un sinfín de peces raros y curiosos cuyos nombres son un misterio para mí. Como mi ignorancia es muy atrevida, me impresionó muchísimo un bicho raro con cara muy fea, como la del enemigo de Jack Sparrow en Piratas del Caribe, que he tardado en identificar como una especie de sepia. La verdad es que nunca había visto una lejos de un plato con mahonesa; debe de ser que en el Guadiana no se pescan estos ejemplares.

Pero sin duda el bicho más grande que vimos, al margen de las tortugas, fue la morena gigante, que debía de medir casi tres metros de largo, tenía una cabeza como un balón de playa y el lomo ancho como el muslo de un caballo. ¡Im-presionante!

Y el más peligroso era, sin saberlo nosotros, el pez piedra, muy difícil de advertir por su logrado camuflaje, que le hizo pasar inadvertido excepto para los ojos de nuestro monitor de buceo Johny Pimpollo. Al parecer su veneno es tan potente como el de una cobra y si se te clava una espina en menos de dos horas estás en el otro barrio. Afortunadamente, seguimos el consejo de Pimpollo de “si es muy bonito, muy feo, o no sabes lo que es, no lo toques”, así es aquí seguimos contando historias de este gran barrio nuestro.

De todas formas, como todos los que estábamos en la isla, lo que realmente nos hubiese gustado es sumergirnos en el verdadero paraíso submarino, idolatrado por Jacques Cousteau como una de las mejores zonas de buceo del mundo, que es la cercana isla de Sipadán, con una pared vertical de coral de 600 metros junto a la que abundan varios tipos de tiburones y otros bichos grandes. Existe un número limitado de personas (120) que pueden acceder diariamente a la isla, y todas las agencias y resorts parecen tener siempre sus cupos llenos (a pesar de los precios), y eso que es temporada baja. Lo intentamos todo (excepto reservar con antelación, claro :-(), incluso hablamos con una española que lleva viviendo en Mabul más de un año y trabaja como gerente de uno de los resort de lujo, pero no hubo nada que hacer. ¡Otra vez será!

Lo disfrutamos a lo grande de cualquier manera, y estoy convencido de que haremos nuevas inmersiones en otros lugares hasta convertirnos, si es que no lo somos ya, en masters del universo … submarino.

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sábado, 24 de octubre de 2009

Eo, eo, eo, Sabah sí es Borneo

Está claro que la fama de Borneo como muestra de la naturaleza inexplorada y de la variedad de especies de plantas, flores, frutas, mamíferos, insectos y aves (además de la vida marina bajo las aguas) es debida, en gran parte, a las maravillas existentes en la provincia malaya de Sabah (no confundir con la reina africana de Saba, famosa por otro tipo de riquezas, más materiales).

Kota Kinábalu (KK) es la capital y ciudad de entrada por excelencia y la verdad es que, en comparación con Kuching (en Sarawak), me pareció con mucha más vida en sus calles y mercados (abiertos de día y de noche; ¡cómo trabajan en Asia!), y con una comida estupenda y barata. Cenamos abundantemente un exquisito mee goreng –noodles fritos- con marisco que tenía un sabor inconfundiblemente similar a una paella valenciana de las buenas. Junto con un plato hermoso de pollo, verduras e hígado (para cada uno) y un zumo de mango natural, salimos por unos tres euros por barba (por cierto, que por entonces llegué a mi record de 15 días sin afeitarme).

Nos quedamos en el Summer Lodge, frecuentado por mochileros, donde conocimos a Catalina, colombiana afincada en los Estados Unidos, con la que viajamos las siguientes dos semanas. Con ella nos fuimos al Monte Kinábalu, que con sus 4095 metros es la cima del sudeste asiático. La idea era comenzar la subida a la montaña, de dos días de duración, el 7 de octubre, día de mi cumpleaños. Sin embargo, la implacable e incesante lluvia tropical desaconsejaba la empinada y resbaladiza ascensión, con lo que, en un nuevo alarde de prudencia, celebramos mi cumpleaños con unas cervezas y una película, esperamos dos días adicionales en la entrada del Parque Nacional con la esperanza de que el tiempo mejorase, y, finalmente, marchamos sin subir a la cima (hicimos en su lugar un trekking suave el último día).

El siguiente destino era el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, un complejo en el medio de la selva en el que ­­crían y ayudan a orangutanes heridos, abandonados o encontrados en plantaciones a valerse por sí mismo y sobrevivir, para reintroducirlos posteriormente en la selva, cuando están preparados. Junto a las plataformas de alimentación es posible ver a estos “hombres de la selva” balancearse por árboles y cuerdas con una destreza que sólo sus caderas móviles y articulaciones pivotantes pueden explicar, dado su peso.
Al día siguiente, tras hacer noche de nuevo en Sandakan (igual podríamos haber ido directamente), ciudad tristemente conocida por sus marchas de la muerte en la 2ª Guerra Mundial, nos dirigimos al río Kinabantangan, para pasar unos días en la selva y así observar de cerca los animales del entorno. Sin duda, de las mejores experiencias del viaje (nos quedamos de hecho una noche más de lo planificado inicialmente).

En la ribera del río, en diferentes excursiones vimos una significativa representación de la fauna local: muchísimos monos de cola larga, también llamados de cola caza-cangrejos (ya os podéis imaginar para qué y cómo la usan); varios grupos de monos proboscis narigudos, cuya estructura social en harem mantiene a los machos “alerta” a todas horas (ver foto); un orangután, retozando en lo alto de un árbol; varios cocodrilos (al parecer hace cinco meses un trabajador indonesio fue devorado por uno de ellos mientras pescaba en esta zona); un jabalí salvaje; varios calúas o pájaros de pico de cuerno, de varios tipos; y, como colofón que íbamos buscando, una pareja de elefantes pigmeo de Borneo, de “sólo” una tonelada de peso (no llegamos a ver el grupo de setenta a cien ejemplares que, según nos dijeron algunos afortunados, pululaban río arriba).


También hicimos incursiones nocturnas en la selva en busca de alipéndulas, pero, a pesar de la gran atención prestada y la supuesta pericia de los guías, la exploración fue infructuosa y, por dos noches consecutivas, sólo algunas sanguijuelas pequeñas nos acompañaron a través del fango y el lodo para no ver más que pajarillos multicolores y alguna serpiente, todos ellos dormidos sobre alguna rama. El avistamiento de alipéndulas es sin duda una actividad muy singular de la hablaré en otro post.

Y también en otro post (voy dejando lo bueno para más tarde, por darle emoción) hablaré de la parte final de nuestra estancia en Borneo, en la isla de Mabul, todo un paraíso de buceadores y ociosos de todo tipo y de todo el mundo. ¡Incluso de algún extremeño!

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domingo, 18 de octubre de 2009

Lo mejor de Sarawak (Borneo), Mulu

La isla de Borneo, la tercera más grande del mundo, tiene su territorio dividido entre la provincia indonesia de Kalimatán, el sultanato de Brunei y las provincias malayas de Sarawak y Sabah.


Como el sultán de Brunei no nos dio audiencia a uno de sus banquetes (tampoco se la pedimos, por no molestar) y los indonesios están esquilmando a pasos agigantados la selva húmeda tropical de Kalimatán –para convertirla en plantaciones de palmeras, usadas para múltiples aplicaciones que desconocía-, nos centramos en las dos provincias del Borneo malayo para nuestra aventura de dos semanas (luego serían tres) en este vergel para botánicos y entomólogos.


Comenzamos por la ciudad de Kuching, en Sarawak, que nos causó una grata impresión: cuidada, limpia y con un bonito paseo junto al río. No vimos mucho más allí, ya que el día que tuvimos “libre” lo pasamos en el Parque Nacional de Bako –me ha parecido uno de los mejor organizados y señalizados de los que hemos visto-, en el que hicimos una pequeña caminata hasta una cala rodeada de rocas.

Nuestro siguiente objetivo fue remontar el río Batang Rejang desde Sibu (de la que apenas vimos su puerto y su aeropuerto) hasta Kapit (donde sí dimos un paseo hasta la plaza del pueblo y cenamos en su mercado nocturno), para llegar a ver las comunidades locales que se asientan en sus riberas. Sinceramente, ni las ciudades de paso, ni el río en sí –que es un lodazal utilizado para el transporte de madera-, ni pasar una noche en una longhouse entre los iban, famosos por sus tatuajes y por su pasado como cazadores de cabeza, merecen la pena en absoluto. Los iban son gente sencilla, amable y acogedora que vive en modestas largas casas de madera, pero ninguna característica de su actual estilo de vida justifica la visita ni el precio pagado por ella, que supongo se repartirá entre unos y otros… Eso sí, muy ricos los langsat, de sabor parecido a los lichis, que tomamos recién cogidos (a ver si me pongo un día a recopilar sobre la fruta malaya: ¡qué variedad y qué maravilla!).

Lo mejor allí fue la visita que hice a la escuela en la que los niños de las diferentes comunidades iban de la zona, graciosos y simpaticotes, asisten a clase. Los profesores se portaron de lujo y, además de enseñarme el colegio y dejarme entrar libremente en sus clases, me invitaron a un copioso desayuno (para mí, comida para ellos), que servían en la sala de profesores con motivo de la celebración, durante todo un mes, del Hari Raya o fin del Ramadán.



Deshaciendo el camino por el río, regresamos a Sibu para coger allí un avión de hélices a Miri y, tras una noche allí en la que nos tomamos –al son de la música en directo de unos roqueros malayos- los últimos whiskies de las siguientes dos semanas, nos dirigimos, también en un avión a pedales, al Parque Nacional de Gunung Mulu, patrimonio de la UNESCO en el medio de la selva, y sin duda lo mejor de todo Sarawak. Entre los cuatro o cinco grupos de cuevas de Mulu, la inimaginablemente enorme cueva del ciervo, con una altura de 174 metros, es sin duda de lo más espectacular; en su interior habitan dos millones de murciélagos, que durante el día inundan de apestoso guano (huele a lejía) el interior de la cueva y, a la puesta de sol, salen todos juntos en bandada a alimentarse, principalmente de frutos y pequeños insectos. No vimos el tremendo espectáculo con claridad, pero ya cogimos la referencia de un reportaje que Sir David Attenborough, un Félix Rodríguez de la Fuente de la BBC, rodó allí hace unos años sobre estos mamíferos alados. La larguísima cueva de las aguas cristalinas, conectada con otras varias a través de pasajes que las hacen ideales para la espeleología, es también impresionante y, recorrida por un sinuoso y resonante río, pone una imagen real a los pasajes ficticios (¿?) del Viaje al centro de la tierra de Julio Verne.



En Mulu está claro que no hay que pasar por alto las visitas a las cuevas, pero deberíamos haberle metido un mayor componente de aventura organizando (de antemano, claro) alguna jornada de espeleología, o el trekking de tres días hasta los Pináculos, una rara formación de penachos de tierra caliza que sólo vimos en fotos.



Dejamos ese componente de aventura para intentar la ascensión, en el día de mi cumpleaños, al Monte Kinabalu, de 4095 metros, ya en la provincia de Sabah. Pero eso lo contaré en el próximo post, en el que los orangutanes, elefantes, sanguijuelas y gamusinos serán los protagonistas.
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viernes, 16 de octubre de 2009

Pulau Tioman, una isla de película

Como bien habíamos planificado, entre chute y chute de vacuna en Singapur, y antes de desplazarnos a Borneo, íbamos a tomar unos días de relax y descanso total en algún rincón playero cercano al paraíso. Y diréis: ¿y por qué sólo unos días y no siete meses de asueto? —pues eso es lo que yo me dije hace tiempo. ¿Y por qué no más tiempo? —pues eso es lo que me pregunto ahora.

El caso es que para estos días nuestra elección fue Pulau Tioman, una isla en el Mar de la China Meridional, al sureste de Malasia continental, relativamente próxima a Singapur y con garantías, a finales de septiembre como era, de no estar aún en la temporada del monzón.

La decisión no pudo ser más acertada, al igual que el desvío de un día que tomé para pasar un día en Malaka, ciudad con una fascinante historia por la que lucharon, entre sí y con los sultanatos dominantes anteriores a su llegada, portugueses y holandeses, y, más tarde, también los ingleses, haciendo de las suyas en plan pirata frente a la costa oriental de Sumatra.

El paseo por el centro histórico de Malaka resulta sorprendente, y es muy curioso observar, a través de los edificios, los templos y museos y las cuidadas calles en torno al río, los vestigios del pasado colonial europeo, junto a la influencia, aún presente, islámica, india y china. Además, la comida es estupenda, y el colorido y atestado mercado de Chinatown resulta cautivador para un sugerente paseo nocturno.

Pero volvamos a Pulau Tioman, nuestra tranquila isla paradisíaca en la que, hace algunos años, rodaron la versión australiana de “Supervivientes”. Nosotros, desde luego, no tuvimos problemas de abastecimiento, y teníamos a nuestra disposición cada noche, junto a la playa de Salang en la que se encontraba nuestro bungaló, diferentes variedades de apetitoso pescado local, que a la brasa era una delicia. Lo acompañábamos con unas cervecitas (muy barata: 3 latas por 10 ringgits, unos 2€), que sentaban muy bien aunque luego no hubiese apenas animación (una pena que el mejor plan nocturno era ver una peli en un restaurante muy musulmán –o sea, sin cerveza- con una pantalla gigante al aire libre).




Las actividades que llenaban las horas de sol en absoluto destrozaban el ambiente de relax que una hamaca entre palmeras frente al mar verde azulado y un buen libro nos brindaban cada atardecer. Y es que el snorkel es de lo más sosegado, y zambullirse entre peces multicolores y finos –y afilados- corales es una experiencia única, en la que la exuberante vida marina –espectacular en Coral Island, por ejemplo- te envuelve para mostrarte una pequeña parte de las muchas maravillas por disfrutar bajo las aguas.



También hicimos una entretenida caminata de siete kilómetros a través de la selva, cruzando la isla desde Tekek hasta la solitaria y preciosa playa de Juara, flanqueada, como casi todas las demás en la isla (incluida la nuestra en Salang), de una densa vegetación selvática en las impenetrables colinas contiguas.

Podría extenderme y recrearme algo más, pero lo mejor es que veáis algunas fotos para que os hagáis a la idea… Además, habrá más destinos parecidos. ¡Sed felices!

Pulau Tioman, una isla de película
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viernes, 9 de octubre de 2009

Tifón en Hong Kong – diversión en Singapur

Nuestro primer contacto con las megalópolis asiáticas vino a través de las enormes ciudades de Hong Kong y Singapur, que sinceramente recuerdo de forma dispar.

Nuestros dos días y pico en la semi-china Hong Kong los pasamos entre el viento y la lluvia de un tifón que nos dio poca tregua. Al menos nuestro alojamiento en Causeway Bay (caro para lo cutre que era) estaba bien situado, tanto para tomar unas copas con todos los expatriados en la zona de Wan Chai o en Lang Kwai Fong (con tremenda lluvia fuera), como para coger el metro e ir a Kowloon, por ejemplo. A Macao, no nos acercamos a pesar de la cercanía, que la meteorología no acompañaba.

En cuanto a turismo, tuvimos suerte con el tiempo cuando fuimos al Victoria Peak (visita que me había dejado pendiente en mi anterior estancia en HK) y, tras subir en el antiguo tranvía, pudimos disfrutar de las vistas sobre el puerto, aunque no hay foto para inmortalizarlo en condiciones. Sí, la cámara se estropeó al entrarle arena en el Gobi, y mi móvil chulo ya había muerto en Rusia por problemas para cargar la batería, así es que aún sigo con el móvil Nokia más cutre que pude encontrar en Ulan Bator, eso sí, con linterna y con calendario lunar. En cuanto a la cámara, compramos otra parecida –pero mucho más robusta- en Singapur, mientras Casio nos arregla la otra (veremos…).

Además, estuvo genial salir a cenar (y de paseo por Nathan Road, por supuesto) con unos compañeros de Optimi (Josko y Verónica) que por allí estaban, tan liados con un proyecto que Josko me decía que me quedara un par de meses… ¡Otra vez será! Con ellos vimos el espectáculo de luces y sonido (“Sinfonía de las Estrellas”) del puerto Victoria desde el paseo de las estrellas, la zona junto al Museo de Arte de HK (que visitamos al día siguiente), en el que los diferentes edificios se iluminan y cambian de color al ritmo de una música algo hortera.
La experiencia de cruzar de la península de Kowloon a la isla de Hong Kong en el mítico Star Ferry merece la pena por divisar desde otra perspectiva el puerto de Hong Kong, que, junto con el de Sydney y el de Barcelona, es de los más espectaculares que yo he visto, con todos sus rascacielos iluminados tanto en la isla de HK como en Kowloon.

Desde luego, HK, con su pasado colonial y su único sistema de gobierno de “un país, dos sistemas” supuso para nosotros un gran avance en cuanto a “civilización” y modernidad con respecto a Mongolia, pero aún una ciudad demasiado china para mi gusto –que sí que apreció la evidente mejoría en la comida. Y me parece a mí que cada día será más china y los hongkoneses más cochinos… Singapur, pues otra historia, y un nuevo paso adelante en la modernidad asiática, eso sí, logrado a base de mano dura en la legislación, que impone multas tremendas por montones de cosas en un afán de civilizar a los co-chinos (masticar chicle, escupir, tirar basura, comer o beber en el metro, fumar en lugares públicos y un larguísimo etcétera) y ataca de forma implacable cualquier atisbo de corrupción. Eso sí, Lee Kuan Yew, gobernante en la sombra, no da oportunidad a la oposición (que no existe) y la libertad de opinión y prensa está siempre cuestionada.

De cualquier forma, Singapur me parece una ciudad estupenda para vivir: organizada, multicultural, con miles de cosas que ver y que hacer enlazadas por un buen sistema de transporte público, con un alto nivel de vida, marcha nocturna, y, por si te terminas aburriendo, comunicada de manera excepcional con cientos de maravillosos destinos en el sudeste asiático. Volveremos allí pronto para la tercera y última dosis de la vacuna de la encefalitis japonesa, que en España no nos la ponían. ¡Y quién sabe si alguna vez más!

Nuestro barrio (porque así acabó siendo tras dos estancias de fin de semana en la zona de Geylang Road), si bien no era el paraíso del glamour, sí que era el paradigma de la multiculturalidad de esta ciudad en la que los hablantes de cuatro idiomas –malayo, chino, árabe e indio- conviven sin problemas. Nos llamó particularmente la atención el éxito que tiene la vida y la comida en la calle: cada noche, antes y después del Ramadán (esa no era la razón), miles de personas se congregaban hasta bien tarde en la madrugada en las terrazas de nuestro barrio de meretrices a disfrutar las baratísimas variedades de comida que allí se ofrecían. Laksa malayo, dim sum cantonés, ranas a la pimienta, curri de cabeza de pescado, mee goreng malayo, roti prata indio, satay (de pollo, ternera, cordero o pescado), pato cantonés, y otras muchísimos platos indescifrables fueron probados por nuestros ya ardientes paladares occidentales en nuestro barrio y en mercados como el de Lau Pa Sat.

Para salir por la noche es igualmente una ciudad interesante (eso sí, el alcohol bastante caro, que lo tienen frito a impuestos), y tanto en la zona de Clarke Quay como en St. James Station hay bares y discotecas llenos de gente (demasiados guiris viejos en algunos sitios, para mi gusto). Little India –en pleno festival Deepavali-, Arab Street –celebrando Hari Raya, como medio Singapur- y Chinatown –con su festival Mooncake- también están llenos de vida a todas horas y ofrecen una aproximación más étnica a la ciudad (siempre parece que se festeja algo, por cierto). Como no he estado en la India (todo llegará), me impresionó particularmente Little India, con sus puestecitos que venden especias, saris o electrónica a cualquier hora, y con un colorido tremendo en torno a los templos y callejuelas.

La singapurense isla de Sentosa, repleta de parques temáticos, redes de voleibol junto al mar y bares playeros es un sitio majo para pasar la tarde, y así lo hicimos en la piscina del Café del Mar, con cerveza en mano y un tono de piel ya casi malayo. Y mejor aún, diría yo, para una tarde tranquila, es el enorme y placentero Jardín Botánico, en el que me gustó mucho el “jardín de la evolución”, donde de una forma muy didáctica muestran el desarrollo de las plantas a lo largo de la historia de nuestro planeta.

Para rematar Singapur, conseguimos entradas en la reventa para el Gran Premio –nocturno- de Fórmula 1, en el que Alonso quedó tercero. Con la excusa de la F1 también estaban en la ciudad unos compañeros de Optimi que trabajaban por un tiempo en Yakarta, con lo que aproveché para tomarme una copichuela con ellos. Está claro que la carrera en sí se ve mejor en la tele (o en las pantallas gigantes que tenían habilitadas en la explanada), pero el sonido atronador de los motores y el ambiente en un circuito urbano no se aprecia más que metido en el meollo.



Y por si me faltaba por conocer algo más de Singapur después de dos fines de semana, rematé la última noche haciéndome colega de un taxista de vuelta a casa, que se empeñó en llevarme a una discoteca de locales, sin guiris, en la que la música en directo china, malaya y tailandesa se fusionaban. Como aún no era la hora de máxima animación, de ahí fuimos a Orchard Road, donde Tuan tenía colegas en los submundos de la ciudad, que nos invitaron a una botella de Chivas en un ambiente poco recomendable; finalmente, terminamos a las 4 de la mañana en el Newton Food Centre (gran descubrimiento) entre gambas tigre al ajillo riquísimas y todo el corrillo de taxistas, personajes de la noche (portero y “gerente” de uno de los bares de Orchard Road incluidos) y dueños y camareros del chiringo donde comíamos y bebíamos en torno a nuestra mesa. Al final, el pobre Tuan acabó tan ciego que, no solo no estaba para volver a la discoteca, sino que fue un colega suyo quien tuvo que llevarme de vuelta al hotel.

Y sí, esto dieron de sí Hong Kong y Singapur en esta visita. Para todo lo demás, Extremundo ;-).
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