domingo, 22 de noviembre de 2009

Una semana en Bangkok, locura de ciudad

Aún resuenan en mis oídos las voces callejeras de la ajetreada capital tailandesa, que repite de forma rítmica y cadenciosa “maaaaasage, maaaaasage”, con un tono parecido al que utilizan en Siem Reap para decir “one dooollar”. De esta forma, las sonrientes tailandesas aguardan incansables un mínimo gesto de atención para lanzar una maliciosa sonrisa que atrape al paseante hacia la tela de araña de sus casas de masajes.

No estaba yo muy perrunillero estos días en Bangkok, que pasé medio constipado a causa del aire acondicionado de nuestro “hotel”, pero aún así cayó algún gratificante masaje, y más que vendrán, que a Tailandia volveremos pronto.

Desde nuestra base de operaciones en la zona de Kao Shan, atiborrada de turistas, exploramos la ciudad: visitamos los palacios y templos, merodeamos por los mercados callejeros –especialmente arrebatador el de Chatuchak, el mayor del mundo con sus más de 15.000 puestos-, y cogimos el Chao Praya River Express que recorre el río que atraviesa la ciudad.

Como excursiones, un día nos dimos una pequeña paliza para hacer varias visitas turísticas en la zona de Ratchaburi. Por la mañana, fuimos al mercado flotante de Damnoen Saduak, que, aun siendo una visita destacada por hacer desde Bangkok, ha perdido, para mí, el encanto que un día pudo tener al estar hoy en día orientado principalmente a los turistas, que en hordas llegadas desde Bangkok lo visitan (o mejor dicho, lo visitamos :-(). Tras el mercado, nos dirigimos al mítico puente sobre el río Kwai, inmortalizado en la genial película cuya música seguro que conocéis, donde un humilde museo explica, entremezclada con las crónicas de Tailandia, la historia del campo de prisioneros (sólo sobrevivieron una docena) que estuvo a cargo de la construcción del “ferrocarril de la muerte” en dirección a Saigón durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, fuimos al Templo de los Tigres, un monasterio budista que se ha convertido en una especie de centro de rehabilitación de animales, y en el que, con la supervisión de los voluntarios, se puede acariciar a los tigres, algunos de los cuales caminan semi-libremente por el parque. ¡Muy curioso!

De todas formas, tras este día en el que la masificación de turistas era abrumadora –como también sucede a todas horas en Bangkok-, me confirmo en que hay que salirse de los caminos marcados para disfrutar de las experiencias en plenitud.

Y eso sí ocurrió la noche que asistimos a una velada de muay thai, la lucha tradicional tailandesa, en la que en medio de un enardecido y atronador ambiente, animado fundamentalmente por el griterío de los apostantes desde los asientos de tercera clase, los jóvenes (y sorprendentemente pequeños) luchadores se golpean de todas las formas imaginables durante cinco frenéticos asaltos. Como consejo para los apostantes, mejor jugarse el dinero a favor del boxeador con calzón rojo.

En cuanto a la comida, aunque no está mal, la verdad que nos resultó algo decepcionante, quizás debido a las altas expectativas que teníamos a priori. El pad thai está rico casi en cualquier sitio, sin duda, y tomé un par de pescados más que decentes, y una sopa picante suki que me gustó mucho, pero como mejor ejemplo de la decepción general, y pesar de la cantidad, está el hartón de marisco, simplemente mediocre, que nos dimos en Chinatown. Como rarezas, probamos en algunos puestos callejeros saltamontes fritos, regulares, y el escorpión frito, un poquito mejor pero de textura agresiva para mi gusto. Como volveremos a Tailandia, seguro que encontramos otros platos que nos dejen una mejor impresión final.

De marcha, nos costó encontrar los sitios realmente buenos, ya que parece que el conocimiento local es totalmente necesario para saber cuál es el local que cada noche soborna a la policía para poder cerrar más tarde las dos. En esta ciudad en la que se sale todos los días, nosotros fuimos más prudentes, y sólo salimos en condiciones tres de siete noches. La última sobre todo, lo pasamos genial en una zona llamada RCA, con muchos bares y discotecas llenos de locales y algunos turistas.

Por supuesto, en esta ciudad también está disponible toda la oferta de sexo, vicio y perversión que se quiera, para todos los gustos y niveles de moralidad. Nosotros nos dimos una vuelta por la zona de Patpong, por ver el ambiente del distrito rojo, pero la verdad es que da asco y pena más que nada. Lo que sí me hacía mucha gracia es lo que nos decían los taxistas cuando les preguntábamos pos sitios buenos para salir: “No money, no honey” (Iván, toma nota para una de vuestras camisetas de Setaloca).

Y así, con la excusa de la gestión del visado de Vietnam (que llevó tres días) y de pasar el fin de semana en esta ciudad famosa por su fiesta, pasamos esta semanita en Bangkok (seguramente demasiado), antes de desplazarnos a Camboya, Vietnam y Laos.

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