lunes, 16 de noviembre de 2009

Java – Monte Bromo, Yogya y Yakarta

Definitivamente, Indonesia, con sus 17.508 islas que la convierten en el mayor archipiélago del mundo, es un país que me ha sorprendido, y para bien. Una vez más, nos fuimos con la sensación de que quedan muchos destinos en los que dejarse sorprender en este país, como la aciaga Sumatra –siempre castigada por los desastres naturales-, la inquietante y sinuosa Sulawesi, o la salvaje e inaccesible Papúa.

Nuestra experiencia en la Indonesia profunda se redujo al viaje hacia poniente a través de Java, que de todas formas no debe de ser de lo más profundo de Indonesia. Y esta experiencia la recordaré sin duda a través de la carismática figura de Don Hasman: periodista, escritor, antropólogo, puntualmente conferenciante (es un reconocido experto en la cultura y tradiciones de su país) y, sobre todo, pertinaz viajero (el camino de Santiago ha sido uno de su más recientes viajes) y distinguido fotógrafo. Este infatigable y entusiasta javanés de 69 años al que conocimos en Probolingo, casi al final de nuestro largo día de viaje desde Bali hasta Cemero Lawang, derrochó amabilidad, atención y simpatía natural hacia nosotros, y nos hizo de improvisado guía durante nuestros tres días en las inmediaciones del Monte Bromo, uno de los 129 volcanes activos de indonesia.


El paisaje es ciertamente sobrecogedor, especialmente al alba y a primera hora de la mañana, cuando la niebla cubre el valle sobre el que se alza el Bromo, cuyo accesible cráter expulsa de forma continua humo, ceniza y tenues hedores a azufre. Exploramos la zona con Don, levantándonos antes del amanecer y descansando tranquilamente tras la puesta del sol en la modesta pensión que él nos recomendó.


También siguiendo su consejo nos quedamos un día más para así poder ver un ritual hinduista javanés sobre el que nuestro cicerone, con su cautivador carácter que todo el mundo parecía conocer por allí, llevaba investigando 41 años (para escribir un libro que, según él, debería estar listo para el año que viene), en el que la comunidad de un pueblo cercano, liderada por sus jefes y chamanes, se reunía para entregar ofrendas y rendir pleitesía a cierta deidad al son de una música repetitiva y penetrante. Evidentemente, éramos los únicos extranjeros y, como le dije a la televisión local indonesia que me entrevistó (por guiri), la verdad es que no comprendimos mucho de lo que allí sucedía, pero desde luego fue algo especial y diferente.

Desde allí recorrimos, en un agotador trayecto de algo más de diez horas, los 450 kilómetros que nos separaban de Yogyakarta (no, no había autovías en condiciones y sí muchísimo tráfico). Buen tipo el bandarra de nuestro conductor, Agus, quien a sus 31 años ya tenía tres esposas (de 16, 19 y 21 años respectivamente), lo que, sin llegar a las 41 del I Sultán de Yogya (ya van por el X), es una buena ración de cariño por dar y recibir a diario. Pero bueno, estas son las interioridades del mundo musulmán, ¡ese gran desconocido para mí!


Desde Yogya (como llaman los indonesios a Yogyakarta) rendimos la obligada visita a los templos de Prambanan –hinduista, del s.X- y Borodudur –el mayor templo budista del mundo, del s.VIII-, y condujimos con Agus por las inmediaciones del humeante volcán Murapi, que estalló en erupción por última vez en 2006, provocando un fuerte terremoto (de magnitud 6.2) y numerosas víctimas mortales (más de 5000) en esta bonita zona.

Finalmente, antes de abandonar Indonesia camino a Bangkok, decidí volar a Yakarta para visitar a mi amigo Des –malayo de nacimiento (de Kota Kinabalu, ni más ni menos) pero español de espíritu-, al que no veía desde hace más de siete años. ¡Toda una alegría! Sin duda estamos más viejos que en la época de Helsinki, pero eso no fue óbice, ni mucho menos, para que pasáramos una ajetreada noche de fiesta, escándalo y mucho vicio en la bulliciosa capital.

Como contrapunto, el domingo por la mañana, de vuelta de farra, observé que las calles, saturadas de coches la noche anterior, estaban atestadas de corredores, ciclistas o simples paseantes ... ¡a las 6 de la mañana! Y es que el primer domingo de cada mes cierran parte de la ciudad al tráfico rodado (bueno, la mitad de los carriles) y medio Yakarta (el otro medio está con la última copa) se echa a las calles en un intento por mantener el tipo y la salud y, según las autoridades, en un conato de controlar la alarmante polución de la ciudad. ¡Buena iniciativa!

¡Y es que el deporte es muy sano!

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