sábado, 7 de noviembre de 2009

Gastando millones en Bali

Son diez mil – me decía con una sugerente sonrisa una joven balinesa, con sus grandes ojos negros y su tez suave tostada por el sol. Yo no podía más que devolverle sinceramente el gesto, que la chica lo merecía sin ninguna duda. Inmediatamente después le pedí más de lo mismo, que la primera entrega me había sentado muy bien.

Y es que la cerveza Bintang, de la que tan orgullosos están los indonesios, está riquísima. Definitivamente, a diez mil chapas (rupias indonesias, en este caso) la botella (0.65€), es un regalo, casi tan valioso como unos días de sol y playa en Bali, Lombok y alrededores. Y como hemos venido al mundo para ser felices (Susana dixit), y eso incluye, en mi caso, darme mis buenos caprichos, pues durante estos días en Bali y las islas Gili no nos ha faltado de nada.


Los pasamos como enanos con Cory, un crack de Indiana a quien conocimos en Mabul haciendo el curso de buceo, y con quien aún continuamos viajando. Gran tipo, grandes frases y grandes historias para recordar siempre.

En Bali nos quedamos en la zona de Kuta y Legian, posiblemente lo más turístico de la isla, repleto de suec@s, australian@s y cientos de otros guiris y locales, atraídos por los precios ridículamente bajos (para una oferta de calidad) de este paraíso del surf y la marcha nocturna, descubierto para el turismo por una pareja de americanos antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando esta parte de Indonesia aún pertenecía a Holanda.

Nosotros nos tomamos nuestra semana allí como unas vacaciones veraniegas, saliendo cada noche, dándonos homenajes culinarios (excelente comida, en especial el pescado y los zumos de frutas) y haciendo excursiones a diferentes playas en la isla. Además, en nuestro hotel, de habitaciones sencillas y espaciosas, teníamos una piscina de lujo donde nos hemos tomado nuestras buenas Bintang, cócteles y whiskazos.

En cuanto a las excursiones, empezamos por Ulu Watu, una bonita playa entre acantilados, mítica para los surferos, pero peligrosa, en algunas zonas, para el baño. Muy cerca se encuentra el templo de Pura Luhur Ulu Watu –hinduista, como es, mayoritariamente, Bali-, situado espectacularmente en la cima de los acantilados, donde nos quedamos para contemplar, rodeados de traviesos monos, la puesta del sol mientras un grupo de balineses interpretaba un animado teatro-danza Kecak, curioso y con un punto de humor muy particular.

Otro día fuimos, conduciendo bien entre arrozales o por calles esmeradamente acicaladas al estilo balinés, a la playa de Echo Beach, al norte de Seminyak, mucho más tranquila y sin turistas. Como decían los carteles del restaurante donde unos refrescantes zumos acompañaron una buenísima ensalada de aguacate y unos pescados (mahi-mahi y butterfish ese día, creo recordar): “Echo Beach: difícil de encontrar, difícil de olvidar”.

En Dreamland, también playa surfera junto a acantilados, hicimos nuestros pinitos con el bodyboard bajo un considerable oleaje, que nos arrastró varias veces, dejando algún recuerdo en mi pecho tras un par de golpes morrocotudos contra la arena. Aún así, muy divertido, y muy buen aprendizaje para cazar las olas en la tabla de surf (para cuando se tercie).
Además, a cincuenta mil rupias (poco más de tres euros) la hora de masaje balinés (demasiado suave para mi gusto), y dejándose contagiar por el único carácter de los balineses –divertidos, afables y relajados-, uno se recupera rápidamente.

Por supuesto, otra buena terapia es la culinaria. Aunque normalmente no nos excedíamos y nos decantábamos simplemente por un pescado a la brasa y un refrescante zumo (mis preferidos: de plátano, mango, melón, piña o papaya), hace unos días nos dimos un festín que os voy a detallar. Para beber, una botella grande de agua, tres zumos de plátano y dos coca colas; como entrantes para compartir, tres ensaladas hermosas –una de tomate, otra de aguacate y otra de verduras-, un plato de nachos con guacamole, una ración de gambas (acompañada de patatas fritas y ensalada), otra de calamares (también acompañadas) y un platazo de nasi goreng “especial” (arroz frito con huevo, verduras y marisco); y como platos principales: un pescado a la parrilla (un pargo rojo enorme), y dos cangrejos al vapor, todo ello acompañado de ensalada y patatas fritas. En total, pagamos la ridícula cantidad de cien mil rupias cada uno de los tres; al cambio, menos de siete euros por barba. Como dirían en Losar, ¡qué tupa!

Y es que así cualquiera se gasta los "millones", invirtiéndolos en felicidad.




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