miércoles, 20 de enero de 2010

Los papeles de Laos - el rescate

Aunque a veces nos gusten los libros o las películas con desenlaces dramáticos, para la vida real preferimos las historias con final feliz, las que nos dejan con buenas sensaciones tras un poco de emoción y divertimento. Así sucede con la película Avatar, que vimos ayer en un cine 3D de Santiago, y también con la odisea de mis papeles en Laos, como os voy a contar ahora.

Nos fuimos tristes del sencillo y aburrido pueblo de Muang Mai un domingo de diciembre, después de unos días de “duchas” frías, tardes oscuras y comida de lo más sencilla e insípida (noodles con pollo, o pollo con noodles, por si queríamos variedad) que nos dejó un poco débiles. Igualmente, nos marchamos sin ninguna esperanza de recuperar los papeles ni –lo que era mucho más importante tras saber que tenía un procedimiento para salir del país y conseguir otro pasaporte en Bangkok- el portátil con todas las fotos del viaje. ¿Quién dijo copias de seguridad?


En dirección a Udomxai, el camino de arena era estrecho y complicado hasta que cruzamos el río Nam Ou a la altura de Muang Khua; a partir de ahí, carretera asfaltada sencilla. En el primer tramo nos cruzamos con un feliz y sudoroso irlandés que llevaba pedaleando y sufriendo con su bicicleta desde ya hacía casi un año, cuando salió de Dublín, supongo que con algunos kilos más; bonita travesía, ¡pero qué dura!

Desde Udomxai condujimos hasta Luang Prabang, agradable ciudad colonial llena de templos budistas y emplazada en el regazo del caudaloso Mekong. Allí, en el templo de Wat Xieng Thong, se encuentra un enorme y precioso mosaico del Árbol de la Vida budista, con el que ya me he encontrado varias veces y que tanto me gusta. Y también en esta ciudad, junto al río que tan bien conocíamos y que ya habíamos cruzado varias veces, despertaría una noche nuestra esperanza de su amargo letargo, y a partir del día siguiente nuestra suerte cambiaría.


Y es que alguien se estaba conectando a Internet con nuestro portátil, ya que la cuenta de Skype de José Ángel estaba online. Evidentemente, no respondía a nuestras llamadas, pero le enviamos mensajes por el chat –en inglés y en vietnamita, ya que teníamos el convencimiento de que el ordenador podía haber pasado la frontera de vuelta a Vietnam- ofreciéndole 300 USD si recuperábamos todo. “Curiosamente”, a la mañana siguiente, nos llamó Holger contándonos que la policía le había llamado para decirle que había una persona en un pueblo perdido (a un día andando de Muang Mai – decían que ni siquiera se podía ir en moto) que tenía un amigo (en otro pueblo aún más lejos) que tenía nuestra bolsa. Y que hasta el viernes siguiente (era martes) la bolsa no podría ser recogida en el primer pueblo. Todo parecía muy extraño, pero se iría aclarando…


En las conversaciones de ida y vuelta de Holger con nosotros y de él con el tipo que tenía el amigo que tenía el portátil, pronto salta que quieren dinero por la bolsa, como bien nos imaginábamos nosotros (si no, ¿por qué no apareció en los primeros días y sólo cuando les ofrecimos un “rescate” por Skype?). Holger se indignó, pero así es la vida: “la suerte no es más que la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables”, y nosotros teníamos una opción de recuperar todo y estaba claro que íbamos a pagar por conseguirlo. Y el gañán lo sabía.

Así pues, tras aclarar los términos del intercambio (que finalmente no se haría en ese pueblo, que creemos se inventaron al principio) y fijar el rescate en 300 USD (estaba claro), nos chupamos los 300 km hasta nuestra “querida” Muang Mai para reunirnos con uno de los colaboradores de Holger (él estaba fuera por viaje de trabajo, que enlazaría en Viantiane con sus vacaciones), que nos acompañaría a reunirnos con los gañanes que, ya estaba confirmado, tenían el portátil y el pasaporte.


Eso sí, como teníamos tiempo suficiente para hacer el camino de vuelta, decidimos cambiar la ruta e ir por Nong Khiaw (sólo 50 km más por añadir a la ruta), también junto al río Nam Ou, y desde luego uno de los parajes más bonitos que pudimos ver en Laos. Desde allí recorrimos estrechas veredas por las montañas que flanquean el río, por las que le sacamos todo el partido a nuestras motos tragabaches, que se despertaban robustas por la mañana pero que terminaban delicadas cada atardecer; lo mismo que las heridas en mis manos, que aún no habían cicatrizado bien y me dieron guerra hasta que finalizamos la ruta motera.

También parecía que podría ser una guerra el momento de la recogida del portátil. Ellos querían hacerlo el viernes por la mañana (la bolsa en teoría llegaría el jueves por la noche a un pueblo junto a la frontera con Vietnam donde vivían los gañanes) y a nosotros también nos parecía más apropiado hacerlo de día. Sin embargo, finalmente decidimos hacer el intercambio la noche anterior a lo inicialmente previsto porque al día siguiente cogeríamos una barca hacia Nong Khiaw que salía diariamente a las 9 de Muang Khua.

El trayecto de hora y media en jeep por la noche con la gente de la ONG nos pareció más difícil y largo de lo que pensábamos, y, la verdad, llegamos intranquilos al intercambio en la casa del jefe del pueblo que al parecer era quien había llamado a la policía. Vimos rápidamente que todos los que estaban metidos eran unos espabilados, acostumbrados a estas cosas al estar en una zona fronteriza, y de hecho nos dolió en el alma darle la pasta a estos caraduras que, por cierto, pensamos que estaban compinchados con los guardas fronterizos (todo lo que había en la mochila estaba clasificado y plastificado como si estuviese hecho por la policía).

El caso es que al margen de toda la incertidumbre de la semana y la tensión del momento, lo importante es que la suerte estuvo una vez más de nuestro lado y, previo pago del “rescate” acordado, hicimos el camino de vuelta a Muang Mai felizmente provistos de mi querida mochila, con el portátil, “los papeles de Laos” y prácticamente todo lo demás (el dinero no, claro).

Y es que, para estas cosas, “más vale una cuchara de suerte que una olla de sabiduría”, y yo, que por muchas razones soy un tipo con suerte, una vez más me fui bien servido.

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domingo, 17 de enero de 2010

Noticia del día: pastel y cocido en Santiago de Chile

Hoy domingo voy a olvidarme de seguir el orden cronológico que hasta ahora he intentado llevar en el blog (y que siempre implica retrasos) para darle un toque de actualidad, más cercano en el tiempo a lo que me está pasando durante el viaje.

Y la noticia de actualidad más importante en este domingo de elecciones presidenciales en Chile es que nuestro amigo Charlie, albaceteño bien afincado (y amarrado) en Santiago, acaba de ver nacer (hace tres días ya) a Cristina, su primera hija, un bebé precioso.


No le había visto yo nunca tan cariñoso ni, por supuesto, tan feliz. Además, parece que nuestro amigo está ya totalmente integrado en la sociedad chilena, metido de lleno en este mundo de rosa y pastel que tanto abunda en Latinoamérica. Así es que, qué voy a decir: ¡que me alegro un montón por ti, Sir Charles, y por Evelyn, la beneficiaria, junto con Cristina, de tanto cariño y pastel que has mantenido escondido durante años!

Para celebrarlo, el viernes por la noche salimos los tres de carrete –que dicen por aquí- por la capital chilena, para acabar harto copeteados, recibiendo la sincera confesión de Charlie de que le encanta jugar a la Polla Chilena. ¡Cada uno con sus vicios!

Ahora mismo, y con esto os dejo, vamos a dar buena cuenta, en el hogar de los Tarancón-Ascencio, de un cocido madrileño y unas croquetas de jamón que ha preparado la madre de Papá Charles. ¡Qué alegría más grande!>

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Los papeles de Laos - la pérdida

El gran día había llegado. Por fin íbamos a intentar, saliendo de Dien Bien Phu, cruzar el paso fronterizo de Tay Trang para adentrarnos en Laos, un nuevo país del que apenas teníamos alguna referencia (sabíamos que las carreteras iban a ser peores, pero no hasta qué punto) y un par de mapas que nos bajamos de Internet y que resultarían providenciales.

Pero antes, había que llegar hasta allí. Y el comienzo de la jornada no pudo ser menos esperanzador, ya que un pinchazo en la rueda delantera de Babushka a apenas 15 km de la frontera nos retrasaría un par de horas que luego echaríamos en falta. Al menos tuvimos la fortuna de que nos ayudaron a cambiar el neumático, pero el freno delantero no quedó nada ajustado y tuvimos que buscar un mecánico antes de continuar.

De vuelta a la ruta, lo más positivo fue que pasamos ambas fronteras sin ningún problema. En Vietnam nos dejaron salir (tras larga espera) y en Laos nos dejaron entrar, dándonos en ambos casos todos los papeles necesarios para nosotros y para las motos, previo pago de los impuestos revolucionarios pertinentes.

Eso sí, apenas cruzamos la frontera, la carretera cambió radicalmente –no así el paisaje, que seguía siendo igualmente bonito, entre montañas densamente pobladas de variada vegetación, y, diría yo, despobladas de personas- y pasó a ser un estrecho y bacheado camino de arena y piedras. Así pues, tras terminar los papeleos a las dos de la tarde y estimar el difícil trayecto por delante, nuestro destino objetivo para ese día pasó a ser el primer pueblo grande tras la frontera: Muang Mai, a sólo 35 km de donde nos encontrábamos.

¡Pero qué 35 km! Nos dijeron que tardaríamos dos horas en llegar, dado el mal estado de la “carretera”. Lo que no nos dijeron era que los laosianos tienen cierto estilo machadiano y “hacen camino al andar”, literalmente. Nada más empezar, nos tuvieron casi dos horas parados para que un par de potentes excavadoras abriesen 300 metros de camino apartando árboles y piedras.


Cuando nos dejaron el hueco justo para pasar, continuamos, ahora con la preocupación de dónde se nos haría de noche (muy pronto, ya que anochecía a las cinco y media) y si podríamos llegar a Muang Mai, ahora que la moto de Mat tenía averiadas las luces. “¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?”
pensé, machadiano. Pues bien, llegamos ya de noche, felices y sonrientes, sanos y salvos, y ciertamente reventados después de un largo día, sólo soñando con una ducha caliente que nos templase el cuerpo y las ideas.

Desafortunadamente, el único hotel de la “ciudad” (¿1000 ha
bitantes tal vez?) estaba completo y acabamos en una pensión sin agua caliente ni electricidad (al parecer el generador del distrito llevaba estropeado un par de meses, y lo estaría al parecer alguno más, y sólo los establecimientos con generador propio tenían electricidad).


Para colmo de desgracias, me di cuenta de que la mochila donde llevaba el portátil, mi pasaporte, todos los papeles, las tarjetas de crédito, algo de dinero, el MP3 y varias cosas menores, no estaba atada a la moto donde debería. Se debía de haber caído con los baches del camino. Así es que, una nueva odisea comenzaba esa noche.


La fortuna nos sonrió de nuevo (porque nos lo merecemos)
y conocimos a Holger, un activista alemán –posiblemente el único occidental en toda la provincia- que lleva más de 25 años trabajando en Laos en diversas ONGs (ahora en DWHH/GAA) y que nos ayudó desde el momento en el que le conocimos. Esa noche recorrimos el camino de vuelta con su coche en busca de la mochila con “los papeles de Laos”, pero no hubo suerte.

Al día siguiente, Holger puso a nuestra disposición todo su personal y recursos, y preparamos unas hojas informativas (en inglés y laosiano) que repartimos por los poblados cercanos (me recorrí la zona con la moto con uno de sus colabor
adores) para ofrecer 100 USD (una fortuna por allí) a quien nos entregase la mochila de vuelta con todo su contenido. En los tres días que nos quedamos por esta zona, no hubo ningún guiño del azar en este sentido y ni nuestras gestiones ni las de la policía dieron frutos. Los controles policiales cerca de la frontera no sirvieron de nada y lo único con lo que nos iríamos de Muang Mai sería con el informe policial que necesitaría para tramitar el salvoconducto de la Embajada Alemana (España no tiene Embajada en Laos; la más cercana está en Bangkok) que me sacaría del país, tras algún papeleo adicional.

Pero al cerrarse una puerta siempre se abre una ventana, y como experiencia más que enriquecedora, el sábado (llegamos un jueves y nos quedamos hasta el domingo en Muang Mai) Holger nos llevó en su jeep con él y uno de sus
compañeros laosianos a un poblado cercano con el que habían comenzado a colaborar en uno de sus proyectos de ayuda al desarrollo. El poblado tenía que decidir hasta qué punto podía poner recursos (en forma de mano de obra) para los proyectos que la ONG, en su último año de trabajo en la zona, les ofrecía (en forma de fondos para la compra de material, y de asesoría técnica y organizativa), y que consistían básicamente en sistemas de abastecimiento de agua y de irrigación para los cultivos. La asamblea estuvo más que entretenida (y eso que no entendíamos nada) y los representantes de todas las familias se pusieron de acuerdo en la priorización y organización de las tareas para sacarle el máximo partido a este proyecto, que tendrán que sacar adelante antes de terminar la estación seca, compaginándolo con el resto de sus tareas, fundamentalmente agrícolas (tranquilas en esta época).


Una vez finalizada la asamblea, el jefe del poblado nos invitó, junto con su familia y amigos y asesores cercanos, a una comida en su casa, en la que la semilla de la camaradería y la diversión rápidamente germinó al ser regada con buenos pelotazos de un whisky de arroz muy guerrero, del que iba
n cayendo una botella tras otra. Terminamos ciegos como piojos fumando de una larga pipa de bambú que el anciano padre del jefe del pueblo no dejaba de recargar (¿tabaco, tal vez?) para gozo de nuestro maltrecho espíritu viajero.


Estaba sin papeles en Laos, sin portátil ni fotos del viaje, sin tarjetas de crédito ni carnet de conducir ni pasaporte, pero ese día con Holger en un poblado perdido de Laos lo recordaré siempre como uno de los mejores del viaje. Fue una inyección opiácea de ilusión, y su efecto se mantendría como la tenue luz que iluminaría los días venideros, en los que, camino de Muang Khua y Udomxai, nuestra moral estaba por los suelos.
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miércoles, 13 de enero de 2010

Una sorpresa tras cada curva

La tercera jornada del viaje motero por Vietnam fue aún mejor que la anterior, ya que la carretera subía aún más entre las montañas, en cuyas cimas una espesa niebla cubría el parcialmente el valle, convirtiendo el panorama, a la caída de la tarde, en un espectáculo sobrecogedor. Eso sí, con tanta subida y bajada, comenzamos a vislumbrar las limitaciones mecánicas de Babushka y la innombrable montura de Valentino, que ese día comenzó su interminable y sufrida guerra con el embrague y la caja de cambios.


No llegamos a nuestro objetivo de Mù Căng Chải , ya que se nos hizo de noche parando y haciendo fotos en nuestro feliz ensimismamiento paisajístico. Nos quedamos a sólo 20 km en un pueblecito donde, al preguntar por un restaurante (evidentemente, no había ninguno como tal) nos invitaron a cenar (y a unos tragos de su whisky de arroz) un grupo de paisanos muy majos.


Después de tres días sin descanso de moto y con los primeros dolores de culo y espalda, decidimos tomarnos un día de relax en Mù Căng Chải, que sin duda la zona lo merecía. Hicimos un trekking improvisado junto al río y seguimos con nuestro safari fotográfico entre montañas y arrozales.

Además, rendimos visita obligada a un mecánico del pueblo, que desmontó la caja de cambios de la moto de Mat (nos sorprendió que fuese capaz de poner todas las piezas de nuevo en su sitio), ajustó los embragues y frenos de ambas motos, a las que pusimos retrovisores derechos, y ajustó tuercas aquí y allá (manillar incluido) en la maltrecha Babushka.


Ni que decir tiene que, una vez fuera de Hanoi, encontrar a alguien que hablase inglés era toda una novedad, así es que no hacíamos más que tirar de nuestra guía de conversación en vietnamita de Lonely Planet para confirmar la dirección correcta y el resto de tareas de supervivencia (comer, beber y dormir, además de arreglar las motos).

El quinto día también se presentaba largo (aunque ya se sabe que no hay quinto malo): teníamos que llegar hasta Tuan Giao, vía Nghia Lo (en la carretera 32) y Muong Kim (en la 279). No sabría decir cuántos kilómetros son exactamente (entre 200 y 250), ya que las Minsk no tienen cuentakilómetros. Bueno, por no tener, tampoco tienen cuentarrevoluciones ni indicador de marcha, y se arrancan sin necesidad de llave (compramos unos candados, aunque para arrancarlas lo importante es conocerlas, por lo que difícilmente se van con extraños).


Bueno, el caso es que también nos quedamos muy cerca, pero no llegamos. Sin embargo, el viaje era de lo más entretenido para la conducción, a la par que azaroso: ríos por cruzar en barca, carretera cortada a tramos (al final incluso con piedras y árboles en ella que teníamos que esquivar), pequeños puentes de madera para atravesar algún río y una carretera que, de vez en cuando, se convertía en caminos de arena y piedra (que en Laos encontraríamos tan comunes).

Además, hicimos algunos kilómetros de más al perdernos en el cruce de Than Uyên y, un poco más adelante, le dio un calentón a la moto de Mat (que ese día llevaba yo) y me quedé tirado en una cuesta, sin cobertura de móvil (ni vietnamita ni español), y sin recibir ayuda local (directamente pasaban) durante la escasa media hora que tardó la moto en querer arrancar de nuevo para llegar hasta el siguiente punto con cobertura donde pude hablar con José Ángel, que iba un poco más adelante, y proseguir cautelosamente hasta donde fue posible antes de que anocheciese.

El día siguiente, un par de horas de conducción muy sencillita hasta Dien Bien Phu, ciudad a sólo 35 km de la frontera con Laos, famosa por una cruenta batalla en la que los vietnamitas dieron buena cuenta de los franceses en la guerra de Indochina a base de paciencia y conocimiento del terreno.

De todas formas, al margen de guerras y batallas, de amor y de odio con nuestras motos, como dicen los brasileños y me decía mi amigo Joseph (ya casi brasileiro también), todo esto “faz parte”, y el encanto de la historia está en todas estas sorpresas que nos depararían tanto las motos como el propio camino durante nuestra travesía por Vietnam y Laos. En el siguiente post (¿otra vez me he pasado de largo?), más sorpresas en el cruce de la frontera con Laos.
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Viaje en moto por el norte de Vietnam – El comienzo

¡Gran decisión la de comprar las motos! Fueron dos intensos días en Hanoi probando motos (al principio no sabíamos ni arrancarlas), sopesando si alquilar o comprar, verificando los procedimientos y papeleos para pasar con las motos a Laos (nos rajamos de primeras, por complicado el papeleo, en continuar con ellas hasta Tailandia) y, cómo no, tomándonos unas copitas algún día y cenando unos dumplings buenísimos en un puesto / restaurante (tenían las dos versiones) del que nos hicimos asiduos.

Probamos unas motos chinas –dentro de nuestro rango de precios (lo más barato posible)- en el mercado de motos local que quizás nos hubiéramos llevado, desde nuestro profundo desconocimiento de la mecánica, de no ser por la ayuda de un tío majísimo que nos asesoró en el mercado (además de ser el único que hablaba inglés por allí) y nos dijo, sólo escuchando el motor, que una de ellas no tiraría ni 200 km.


Al final, nos decantamos por el misticismo de las Minsk, motos bielorrusas de los 90, de 123 c.c., que, además de ser bien molonas, eran una garantía de robustez a largo plazo, y, digámoslo también –porque lo sabíamos-, de problemas mecánicos a corto. Ni el mini-curso de mecánica que nos dieron en el taller donde las compramos –por 400 USD cada una, un poco por encima del mejor precio posible-, ni el manual de las Minsk que nos bajamos de Internet y que habrá acompañado a los muchos viajeros que recorren Vietnam con este tipo de motos, iban a cambiar eso, así es que lo mejor era ponernos carretera y manta cuanto antes para seguir la ruta que habíamos preparado por el norte de Vietnam.

El primer día (5 de diciembre, cómo pasa el tiempo) fue complicado, por supuesto. Por la mañana, la moto de Mat no arrancaba y tuvimos que ir al taller a que ajustaran alguna cosita (por entonces no sabíamos muy bien qué tocaban). Las gestiones para mandar las mochilas a Viantiane (en Laos), donde terminaríamos el viaje, nos llevaron más tiempo de lo esperado. Y el caótico tráfico de Hanoi, unido a nuestro escaso virtuosismo en el dominio de estas pesadas motos y a no saber exactamente cómo tomar la “Autopista” 6 hacia la que nos dirigíamos, tampoco ponía las cosas fáciles. Finalmente, ese día sólo pudimos hacer 80 km hasta Hoa Binh, pero ya vimos lo mucho que íbamos a disfrutar esta historia. También dimos de beber a nuestras sedientas potras motorizadas por primera vez, mezclando, cada vez, entre un 3 y 5 % de aceite con gasolina convencional, hasta los aproximadamente 11 litros que puede almacenar su depósito.


Nuestra segunda etapa fue muy diferente. Cogimos la confianza necesaria en nuestras cabalgaduras y disfrutamos una barbaridad de los espectaculares paisajes con los que nos encontrábamos tras cada curva de la carretera, que serpenteaba entre las montañas. Los bancales de arroz, apostados de formas inverosímiles en cualquier ladera, verdeaban tímidamente en esta zona en la que se asientan algunas de las minorías étnicas vietnamitas, tan coloridas en su indumentaria tradicional y tan diferentes de carácter (más alegres, menos pícaros y más sanotes) a los vietnamitas de ciudad.


Pasamos por Mai Châu, nos desviamos ligeramente hasta Môc Châu, y tras dirigirnos al este por la menos transitada carretera 43, cruzamos un río en una barcaza para, tras algo más de 210 km, terminar nuestro día en Phù Yên. Como nota negativa (o positiva, visto el resultado) de la jornada, en una curva con gravilla mordí el polvo y, aunque no me hice nada serio (ni la moto tampoco), me di un buen susto que sólo me dejará algunos pequeños recuerdos en las manos. A partir de entonces, dejé que fuese mi compañero Valentino quien apurase las frenadas para convertirse en el terror de la A6, siempre que la moto se lo permitiera…


En Phù Yên, sábado por la noche, parecía que no habría mucho que hacer, pero, tras una cena vietnamita regular y unas cervezas acompañadas de caracoles, acabamos en un local de karaoke (en Asia no son como los nuestros, ya sabéis…), junto con unos locales que habíamos conocido, dando un lamentable espectáculo musical, que sólo mejorábamos tras cada copa.


Por cierto, infraestimamos la concentración de cajeros automáticos en el norte de Vietnam y nos encontrábamos sin un dong y sin perspectiva de poder sacar pronto, así es que tiramos de fondo de emergencia y cambiamos en una joyería, a tipo de cambio para guiris, 140 euritos para ir tirando. Y así, anda que anda, íbamos tirando en nuestro viaje, que os seguiré contando en el siguiente post (que llegará más pronto que tarde, no como éste) y cuya ruta detallada dejo a continuación.


Ver Extremundo - vuelta al mundo en un mapa más grande
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martes, 5 de enero de 2010

Otra de libros y una historia sobre Gabilondo

The beach (La Playa), de Alex Garland

Esta novela llevada al cine (aún no vi la peli, pero pronto lo haré) es una rayada genial, una ida de olla creciente del protagonista, un joven mochilero que acaba encontrando lo que no sabe si estaba buscando: una idílica playa, alejada del mundanal ruido, en la que retozar y disfrutar de la vida retirada (como la oda de Virgilio) junto con otros afortunados. Por supuesto, no todo termina siendo tan idílico, porque aunque “la vida puede ser maravillosa”, no siempre lo es.



Voices from S-21 – Terror and history in Pol Polt’s secret prison, de David Chandler

Las 50 páginas que me leí de este excelente trabajo de investigación fueron más que suficientes para hacerme una idea de las atrocidades cometidas por el régimen del Khmer Rojo contra su propio pueblo. Lo peor, seguramente, fue la semilla de desconfianza sembrada entre los propios camboyanos.


The Quiet American (El americano tranquilo), de Graham Greene

Esta novela ambientada en la Primera Guerra de Indochina (librada por los franceses contra el Vietminh), muestra cómo los altos ideales –ejemplificados por un inocente americano que trabaja para su gobierno en Saigón alentando una Tercera Fuerza que, en un momento dado, pudiera llevar la democracia a un Vietnam independiente– quedan en un segundo plano, al ser derribados por el simple curso de la vida, por las pasiones humanas y, muchas otras veces, por diversos, insospechados y cambiantes intereses político-económicos. También apunta, esta vez a través del otro protagonista principal (y narrador) del libro, lo poco realista que resulta mantenerse verdaderamente neutral y no tomar partido ante muchas situaciones, por más que uno quiera (especialmente para un periodista ante una guerra, como es el caso en la novela).

Y es que lo humano es implicarse de una u otra forma, y uno siempre encuentra razones para hacerlo… En relación con este tema, os cuento una pequeña historia.

Hace años Iñaki Gabilondo dio una interesante conferencia en el Colegio Mayor Mendel, en el que el que yo vivía, por cierto. El gran orador y periodista, pudiendo hablar de cualquier tema, dedicó algo más de una hora a defender la independencia y honorabilidad de la profesión periodística, tratando de legitimar a los de su ramo (en realidad él se refería sólo a los “verdaderos periodistas”) como los ojos y los oídos del mundo, transmisores de la verdad al ejercer su profesión dentro de la ética que él defendía. Muy interesante.

Por entonces, yo seguía el tema de la “guerra digital” por los derechos del fútbol, en la que, como es bien sabido, PRISA (hace años concesionaria, sin concurso alguno, de un canal de televisión en abierto) tenía (y aún tiene) muchos intereses. Le pregunté si todos esos principios de los que nos hablaba aplicaban también cuando los intereses económicos de la empresa que pagaba al periodista estaban en juego (como en el ejemplo de PRISA y la “guerra digital”).

Su enérgica y contundente respuesta no hizo más que confirmar lo que todos sabemos, que todos somos humanos, y hasta Iñaki (el que dio la noticia de los terroristas suicidas el 11-M), toma partido y se enfada si tocan al Imperio del Monopolio, como denominaba J.M. García a PRISA, ahora en situación tan grave.

Y eso es todo por ahora, amigos.
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domingo, 3 de enero de 2010

Destinos turísticos del Norte de Vietnam

Es Hanoi una ciudad que parece llevar una marcha más que Saigón, con mucho ritmo y bullicio en los callejones del centro histórico, el lugar donde los expatriados se siguen reuniendo a comer, a beber y a disfrutar de todos los vicios y placeres mundanos, tal y como ya hacían durante las guerras de Indochina y de Vietnam, en las que los vietnamitas se despacharon a los franceses y americanos respectivamente. A su alrededor, un enjambre de motos a todas horas recorre sin pausa las avenidas, calles y pasajes de lo que sin duda es el centro neurálgico del norte de Vietnam.

En el camino desde el aeropuerto (cogimos un vuelo desde Nha Trang) hacia nuestra céntrica zona de alojamiento, nuestro amigo Cory, a quien ya hacía semanas que no veíamos, nos llamó y nos sorprendió con su última aventura: había estado 6 días recorriendo el norte de Vietnam con una moto de alquiler (una Honda offroad). Según él, una pasada. Así es que ya teníamos en lo que pensar: ante nosotros estaba la posibilidad de meterle un poquito de aventura y emoción a un viaje que, en bastantes ocasiones, no hacía más que seguir las rutas de miles de otros mochileros o turistas. Y nosotros, que siempre tenemos en la cabeza la palabra especial como nexo de unión de los diferentes destinos y experiencias durante del viaje, estábamos más que preparados para ello.

Mientras lo madurábamos (yo creo que la decisión estaba tomada de primeras, sólo faltaba cómo materializarlo), aprovechamos para visitar varios destinos muy interesantes. Nos desplazamos en primer lugar a Ninh Binh, para, desde allí, con unas motos que alquilamos (la primera vez que conducíamos scooters de marchas, tras los automáticos de Bali), visitar, en el mismo día, el entorno natural de Tam Coc y unas pocas ruinas decrépitas y sin interés que corresponden a la antigua capital, llamada Hoa Lu.

El paisaje alrededor de Tam Coc es desde luego espectacular, y recorrerlo en moto a tu ritmo lo magnifica. Las formaciones de karsts (pináculos de piedra caliza) que se elevan sobre el valle recorrido por un pequeño río –que atraviesa las montañas a través de pequeñas cuevas- impresionan desde cualquier punto de vista; en especial desde un par de bonitos parajes, más altos que el resto del entorno, y en los que se sitúan –cómo no- sendos templos budistas. En Vietnam publicitan esta zona como Bahía de Halong en el interior, y yo diría que sí que lo es, aunque, por suerte, mucho menos masificada. No he estado nunca en Guilin, pero me lo imagino similar, con el agravante de la multitud de chinos que lo visitan en todas las temporadas, en este boom turístico particular que está experimentado el gigante asiático, cuyos codiciosos y maleducados habitantes se ganan cada día más mi cariño y aprecio (sin acritud, que conozco lo general, pero también lo particular, y sé que hay de todo).

El viaje de Ninh Binh a Halong City –cuatro horas apiñados en un minibús con locales aún más empaquetadosa que nosotros- no fue mucho más placentero que el de Hanoi a Ninh Binh, aunque evitamos la tediosa rutina de esperar a que se llene el autobús –público- antes de partir, lo que en Hanoi representó dos horas extras que no nos sentaron nada bien, máxime después de llegar a la estación ya quemados tras una movida con el taxista, que, como buen vietnamita de ciudad, también nos intentó timar.

En cuanto llegamos al puerto de Halong, la marabunta de turistas de paquete llegados en sus autobuses “de lujo”, mochileros imberbes regateando, y oportunistas agentes de viajes y operadores portuarios y vendedores de todo tipo nos minó la moral. Los típicos barcos de madera que despliegan sus velas (sólo por lucirlas, pues van todos a motor) en este área declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO pierden parte de su encanto nada más verlos, simplemente por el hecho de observarlos por cientos junto al muelle.

Sin embargo, una vez en el norte de Vietnam, la Bahía de Halong es, para mí, un destino de visita inexcusable. Una vez abstraído –en un ejercicio personal de relajación mental- del aspecto comercial de este tipo de turismo envasado, se puede disfrutar de unos paisajes sobrecogedores, inigualables, mientras se navega lentamente por la bahía entre las miles de pequeñas islas rocosas, algunas de ellas atravesadas por cuevas aquí y allá. Hacer kayak al atardecer puede ser una experiencia relajante para disfrutar del entorno de una manera diferente, y pasar la noche en uno de estos barcos seguramente sea más que tentador para un viaje de pastel en pareja. Para nosotros, simplemente indiferente. Eso sí, la Bahía de Halong, como conjunto, no puede dejar indiferente, tanto por su belleza natural, como por la reflexión a la que te induce sobre lo borregos que, con cualquier excusa, podemos llegar a ser en ocasiones, y sobre cómo siempre hay oportunistas para aprovecharse de ello de diversas maneras.

Así es que con estas cavilaciones, de vuelta a Hanoi ya teníamos claro que alquilaríamos unas motos para recorrer el norte de Vietnam. ¿Y por qué no comprarlas y cruzar también Laos con ellas? ¡Pues claro que sí! En cuatro días preparamos la ruta, probamos diferentes motos (que aprendimos a conducir sobre la marcha) y acabamos decantándonos por las más molonas de todas: unas Minks (bielorrusas, para más señas) de los 90 con las que mantendríamos una relación amor-odio durante las siguientes tres semanas.

Para despedirnos de Hanoi salimos una noche de fiesta, por primera vez desde Bangkok (ya hacía tres semanas de eso) y por última hasta Viantiane (tres semanas después). Increíble, pero cierto, amigos.

Tengo confianza que en todo lo que nos queda a partir de ahora –un poquito de Tailandia (desde donde escribí este post, en Kho Phangan), Filipinas (desde donde lo publico, en Manila), Chile, Argentina y Brasil-, encontraré el equilibrio que busco entre aventura, nuevas experiencias, descanso y fiesta, todo ello lleno de luz y nuevos colores, que son mis deseos para el nuevo año, tanto para mí como para mi familia y amigos.

¡Ya sabéis, luz y color para 2010!

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