sábado, 24 de abril de 2010

Brasil, Brasil, Brasil

Hace poco leí por ahí que “al caminar escribimos prosa y, al bailar, poesía”. Pues si nos atenemos a esta frase, sin duda que los brasileños son grandes poetas. Y como en el fondo parece que también tengo un rincón del alma de poeta, pues el fin del viaje no podía ser sino a ritmo de poesía carnavalesca, en Brasil, que es la musa y la samba de los versos del viajero.

Y es por eso que una de las pocas decisiones claras en este viaje es que comenzaríamos cruzando Rusia por la ruta transiberiana y que terminaríamos nuestro periplo en algún lugar –por definir entonces- de Brasil, para desfrutar do melhor Carnaval do mundo. Y ese lugar fue, siguiendo varias recomendaciones y sabias indicaciones, la preciosa ciudad de Ouro Preto, situada en el estado de Minas Gerais, muy cerca de Belo Horizonte.


En esta villa declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad (como mi querida Mérida), pasamos cinco días –con sus respectivas noches- de fiesta callejera, caipirinhas, whiskies ricos, y mucho baile. En los blocos se montan conciertos que duran toda la tarde y en los que la peña se pone ciega sobre todo a base de cervezas (los brasileños beben poco, la verdad), que están incluidas con la entrada (nada barata, por cierto). Y por la noche no se cabe por las calles (sobre todo cerca de la Praça Tiradentes), y eso que mucha gente (sobre todo los más jóvenes) se queda de fiesta particular en las repúblicas, que son casas de estudiantes acondicionadas durante las fiestas para acoger, apiñados en colchones, a los turistas –en su mayoría brasileños- compradores de pacotes, que además del alojamiento, también incluyen comida y cerveza gratis durante los cinco días, así como entradas para algunos blocos.


Nosotros probamos un poquito de todo: blocos, repúblicas varias (lo que nos costó que nos dejaran pasar en alguna), copas por las calles, desfiles de carnaval, caipirinhas, caipifrutas, whiskolas, bailes callejeros, y todo ello, con mucha alegría y mucho amor, que para eso estábamos en Brasil. Por cierto, que nos encontramos con un par de compañeros míos de Optimi, que acudieron, bien preparados y con más amigos suyos, por tercera vez a Ouro Preto, y lo pasamos pipa con todos ellos; eso sí, nos saltamos su visita turística a las minas de la zona…

Finalmente, saturados ya de Carnaval y de fiesta todo el día, nos marchamos a la costa nordestina, a un pueblecito llamado Cumbuco, cerca de Fortaleza, donde descansaríamos en la playa y donde también nos dedicamos a seguir dándole candela a esta nueva afición tan entretenida que es el kitesurf, donde siempre hay tanto por margen de mejora –gratificante-, sobre todo ahora en las etapas iniciales.


Fue un fenomenal colofón a esta gran experiencia de tomarse unos meses sabáticos para dedicarse con plena libertad a los viajes, la vida contemplativa, el ocio y el gozo. No es necesario decir que os lo recomiendo fervientemente a todos; y es que la voluntad firme de hacer las cosas es lo que lleva a conseguirlas y los límites sólo nos los imponemos nosotros mismos.

Así es que, ya sabéis, el que quiera, que lo haga.
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