sábado, 24 de octubre de 2009

Eo, eo, eo, Sabah sí es Borneo

Está claro que la fama de Borneo como muestra de la naturaleza inexplorada y de la variedad de especies de plantas, flores, frutas, mamíferos, insectos y aves (además de la vida marina bajo las aguas) es debida, en gran parte, a las maravillas existentes en la provincia malaya de Sabah (no confundir con la reina africana de Saba, famosa por otro tipo de riquezas, más materiales).

Kota Kinábalu (KK) es la capital y ciudad de entrada por excelencia y la verdad es que, en comparación con Kuching (en Sarawak), me pareció con mucha más vida en sus calles y mercados (abiertos de día y de noche; ¡cómo trabajan en Asia!), y con una comida estupenda y barata. Cenamos abundantemente un exquisito mee goreng –noodles fritos- con marisco que tenía un sabor inconfundiblemente similar a una paella valenciana de las buenas. Junto con un plato hermoso de pollo, verduras e hígado (para cada uno) y un zumo de mango natural, salimos por unos tres euros por barba (por cierto, que por entonces llegué a mi record de 15 días sin afeitarme).

Nos quedamos en el Summer Lodge, frecuentado por mochileros, donde conocimos a Catalina, colombiana afincada en los Estados Unidos, con la que viajamos las siguientes dos semanas. Con ella nos fuimos al Monte Kinábalu, que con sus 4095 metros es la cima del sudeste asiático. La idea era comenzar la subida a la montaña, de dos días de duración, el 7 de octubre, día de mi cumpleaños. Sin embargo, la implacable e incesante lluvia tropical desaconsejaba la empinada y resbaladiza ascensión, con lo que, en un nuevo alarde de prudencia, celebramos mi cumpleaños con unas cervezas y una película, esperamos dos días adicionales en la entrada del Parque Nacional con la esperanza de que el tiempo mejorase, y, finalmente, marchamos sin subir a la cima (hicimos en su lugar un trekking suave el último día).

El siguiente destino era el Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, un complejo en el medio de la selva en el que ­­crían y ayudan a orangutanes heridos, abandonados o encontrados en plantaciones a valerse por sí mismo y sobrevivir, para reintroducirlos posteriormente en la selva, cuando están preparados. Junto a las plataformas de alimentación es posible ver a estos “hombres de la selva” balancearse por árboles y cuerdas con una destreza que sólo sus caderas móviles y articulaciones pivotantes pueden explicar, dado su peso.
Al día siguiente, tras hacer noche de nuevo en Sandakan (igual podríamos haber ido directamente), ciudad tristemente conocida por sus marchas de la muerte en la 2ª Guerra Mundial, nos dirigimos al río Kinabantangan, para pasar unos días en la selva y así observar de cerca los animales del entorno. Sin duda, de las mejores experiencias del viaje (nos quedamos de hecho una noche más de lo planificado inicialmente).

En la ribera del río, en diferentes excursiones vimos una significativa representación de la fauna local: muchísimos monos de cola larga, también llamados de cola caza-cangrejos (ya os podéis imaginar para qué y cómo la usan); varios grupos de monos proboscis narigudos, cuya estructura social en harem mantiene a los machos “alerta” a todas horas (ver foto); un orangután, retozando en lo alto de un árbol; varios cocodrilos (al parecer hace cinco meses un trabajador indonesio fue devorado por uno de ellos mientras pescaba en esta zona); un jabalí salvaje; varios calúas o pájaros de pico de cuerno, de varios tipos; y, como colofón que íbamos buscando, una pareja de elefantes pigmeo de Borneo, de “sólo” una tonelada de peso (no llegamos a ver el grupo de setenta a cien ejemplares que, según nos dijeron algunos afortunados, pululaban río arriba).


También hicimos incursiones nocturnas en la selva en busca de alipéndulas, pero, a pesar de la gran atención prestada y la supuesta pericia de los guías, la exploración fue infructuosa y, por dos noches consecutivas, sólo algunas sanguijuelas pequeñas nos acompañaron a través del fango y el lodo para no ver más que pajarillos multicolores y alguna serpiente, todos ellos dormidos sobre alguna rama. El avistamiento de alipéndulas es sin duda una actividad muy singular de la hablaré en otro post.

Y también en otro post (voy dejando lo bueno para más tarde, por darle emoción) hablaré de la parte final de nuestra estancia en Borneo, en la isla de Mabul, todo un paraíso de buceadores y ociosos de todo tipo y de todo el mundo. ¡Incluso de algún extremeño!

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