viernes, 9 de octubre de 2009

Tifón en Hong Kong – diversión en Singapur

Nuestro primer contacto con las megalópolis asiáticas vino a través de las enormes ciudades de Hong Kong y Singapur, que sinceramente recuerdo de forma dispar.

Nuestros dos días y pico en la semi-china Hong Kong los pasamos entre el viento y la lluvia de un tifón que nos dio poca tregua. Al menos nuestro alojamiento en Causeway Bay (caro para lo cutre que era) estaba bien situado, tanto para tomar unas copas con todos los expatriados en la zona de Wan Chai o en Lang Kwai Fong (con tremenda lluvia fuera), como para coger el metro e ir a Kowloon, por ejemplo. A Macao, no nos acercamos a pesar de la cercanía, que la meteorología no acompañaba.

En cuanto a turismo, tuvimos suerte con el tiempo cuando fuimos al Victoria Peak (visita que me había dejado pendiente en mi anterior estancia en HK) y, tras subir en el antiguo tranvía, pudimos disfrutar de las vistas sobre el puerto, aunque no hay foto para inmortalizarlo en condiciones. Sí, la cámara se estropeó al entrarle arena en el Gobi, y mi móvil chulo ya había muerto en Rusia por problemas para cargar la batería, así es que aún sigo con el móvil Nokia más cutre que pude encontrar en Ulan Bator, eso sí, con linterna y con calendario lunar. En cuanto a la cámara, compramos otra parecida –pero mucho más robusta- en Singapur, mientras Casio nos arregla la otra (veremos…).

Además, estuvo genial salir a cenar (y de paseo por Nathan Road, por supuesto) con unos compañeros de Optimi (Josko y Verónica) que por allí estaban, tan liados con un proyecto que Josko me decía que me quedara un par de meses… ¡Otra vez será! Con ellos vimos el espectáculo de luces y sonido (“Sinfonía de las Estrellas”) del puerto Victoria desde el paseo de las estrellas, la zona junto al Museo de Arte de HK (que visitamos al día siguiente), en el que los diferentes edificios se iluminan y cambian de color al ritmo de una música algo hortera.
La experiencia de cruzar de la península de Kowloon a la isla de Hong Kong en el mítico Star Ferry merece la pena por divisar desde otra perspectiva el puerto de Hong Kong, que, junto con el de Sydney y el de Barcelona, es de los más espectaculares que yo he visto, con todos sus rascacielos iluminados tanto en la isla de HK como en Kowloon.

Desde luego, HK, con su pasado colonial y su único sistema de gobierno de “un país, dos sistemas” supuso para nosotros un gran avance en cuanto a “civilización” y modernidad con respecto a Mongolia, pero aún una ciudad demasiado china para mi gusto –que sí que apreció la evidente mejoría en la comida. Y me parece a mí que cada día será más china y los hongkoneses más cochinos… Singapur, pues otra historia, y un nuevo paso adelante en la modernidad asiática, eso sí, logrado a base de mano dura en la legislación, que impone multas tremendas por montones de cosas en un afán de civilizar a los co-chinos (masticar chicle, escupir, tirar basura, comer o beber en el metro, fumar en lugares públicos y un larguísimo etcétera) y ataca de forma implacable cualquier atisbo de corrupción. Eso sí, Lee Kuan Yew, gobernante en la sombra, no da oportunidad a la oposición (que no existe) y la libertad de opinión y prensa está siempre cuestionada.

De cualquier forma, Singapur me parece una ciudad estupenda para vivir: organizada, multicultural, con miles de cosas que ver y que hacer enlazadas por un buen sistema de transporte público, con un alto nivel de vida, marcha nocturna, y, por si te terminas aburriendo, comunicada de manera excepcional con cientos de maravillosos destinos en el sudeste asiático. Volveremos allí pronto para la tercera y última dosis de la vacuna de la encefalitis japonesa, que en España no nos la ponían. ¡Y quién sabe si alguna vez más!

Nuestro barrio (porque así acabó siendo tras dos estancias de fin de semana en la zona de Geylang Road), si bien no era el paraíso del glamour, sí que era el paradigma de la multiculturalidad de esta ciudad en la que los hablantes de cuatro idiomas –malayo, chino, árabe e indio- conviven sin problemas. Nos llamó particularmente la atención el éxito que tiene la vida y la comida en la calle: cada noche, antes y después del Ramadán (esa no era la razón), miles de personas se congregaban hasta bien tarde en la madrugada en las terrazas de nuestro barrio de meretrices a disfrutar las baratísimas variedades de comida que allí se ofrecían. Laksa malayo, dim sum cantonés, ranas a la pimienta, curri de cabeza de pescado, mee goreng malayo, roti prata indio, satay (de pollo, ternera, cordero o pescado), pato cantonés, y otras muchísimos platos indescifrables fueron probados por nuestros ya ardientes paladares occidentales en nuestro barrio y en mercados como el de Lau Pa Sat.

Para salir por la noche es igualmente una ciudad interesante (eso sí, el alcohol bastante caro, que lo tienen frito a impuestos), y tanto en la zona de Clarke Quay como en St. James Station hay bares y discotecas llenos de gente (demasiados guiris viejos en algunos sitios, para mi gusto). Little India –en pleno festival Deepavali-, Arab Street –celebrando Hari Raya, como medio Singapur- y Chinatown –con su festival Mooncake- también están llenos de vida a todas horas y ofrecen una aproximación más étnica a la ciudad (siempre parece que se festeja algo, por cierto). Como no he estado en la India (todo llegará), me impresionó particularmente Little India, con sus puestecitos que venden especias, saris o electrónica a cualquier hora, y con un colorido tremendo en torno a los templos y callejuelas.

La singapurense isla de Sentosa, repleta de parques temáticos, redes de voleibol junto al mar y bares playeros es un sitio majo para pasar la tarde, y así lo hicimos en la piscina del Café del Mar, con cerveza en mano y un tono de piel ya casi malayo. Y mejor aún, diría yo, para una tarde tranquila, es el enorme y placentero Jardín Botánico, en el que me gustó mucho el “jardín de la evolución”, donde de una forma muy didáctica muestran el desarrollo de las plantas a lo largo de la historia de nuestro planeta.

Para rematar Singapur, conseguimos entradas en la reventa para el Gran Premio –nocturno- de Fórmula 1, en el que Alonso quedó tercero. Con la excusa de la F1 también estaban en la ciudad unos compañeros de Optimi que trabajaban por un tiempo en Yakarta, con lo que aproveché para tomarme una copichuela con ellos. Está claro que la carrera en sí se ve mejor en la tele (o en las pantallas gigantes que tenían habilitadas en la explanada), pero el sonido atronador de los motores y el ambiente en un circuito urbano no se aprecia más que metido en el meollo.



Y por si me faltaba por conocer algo más de Singapur después de dos fines de semana, rematé la última noche haciéndome colega de un taxista de vuelta a casa, que se empeñó en llevarme a una discoteca de locales, sin guiris, en la que la música en directo china, malaya y tailandesa se fusionaban. Como aún no era la hora de máxima animación, de ahí fuimos a Orchard Road, donde Tuan tenía colegas en los submundos de la ciudad, que nos invitaron a una botella de Chivas en un ambiente poco recomendable; finalmente, terminamos a las 4 de la mañana en el Newton Food Centre (gran descubrimiento) entre gambas tigre al ajillo riquísimas y todo el corrillo de taxistas, personajes de la noche (portero y “gerente” de uno de los bares de Orchard Road incluidos) y dueños y camareros del chiringo donde comíamos y bebíamos en torno a nuestra mesa. Al final, el pobre Tuan acabó tan ciego que, no solo no estaba para volver a la discoteca, sino que fue un colega suyo quien tuvo que llevarme de vuelta al hotel.

Y sí, esto dieron de sí Hong Kong y Singapur en esta visita. Para todo lo demás, Extremundo ;-).

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