domingo, 18 de octubre de 2009

Lo mejor de Sarawak (Borneo), Mulu

La isla de Borneo, la tercera más grande del mundo, tiene su territorio dividido entre la provincia indonesia de Kalimatán, el sultanato de Brunei y las provincias malayas de Sarawak y Sabah.


Como el sultán de Brunei no nos dio audiencia a uno de sus banquetes (tampoco se la pedimos, por no molestar) y los indonesios están esquilmando a pasos agigantados la selva húmeda tropical de Kalimatán –para convertirla en plantaciones de palmeras, usadas para múltiples aplicaciones que desconocía-, nos centramos en las dos provincias del Borneo malayo para nuestra aventura de dos semanas (luego serían tres) en este vergel para botánicos y entomólogos.


Comenzamos por la ciudad de Kuching, en Sarawak, que nos causó una grata impresión: cuidada, limpia y con un bonito paseo junto al río. No vimos mucho más allí, ya que el día que tuvimos “libre” lo pasamos en el Parque Nacional de Bako –me ha parecido uno de los mejor organizados y señalizados de los que hemos visto-, en el que hicimos una pequeña caminata hasta una cala rodeada de rocas.

Nuestro siguiente objetivo fue remontar el río Batang Rejang desde Sibu (de la que apenas vimos su puerto y su aeropuerto) hasta Kapit (donde sí dimos un paseo hasta la plaza del pueblo y cenamos en su mercado nocturno), para llegar a ver las comunidades locales que se asientan en sus riberas. Sinceramente, ni las ciudades de paso, ni el río en sí –que es un lodazal utilizado para el transporte de madera-, ni pasar una noche en una longhouse entre los iban, famosos por sus tatuajes y por su pasado como cazadores de cabeza, merecen la pena en absoluto. Los iban son gente sencilla, amable y acogedora que vive en modestas largas casas de madera, pero ninguna característica de su actual estilo de vida justifica la visita ni el precio pagado por ella, que supongo se repartirá entre unos y otros… Eso sí, muy ricos los langsat, de sabor parecido a los lichis, que tomamos recién cogidos (a ver si me pongo un día a recopilar sobre la fruta malaya: ¡qué variedad y qué maravilla!).

Lo mejor allí fue la visita que hice a la escuela en la que los niños de las diferentes comunidades iban de la zona, graciosos y simpaticotes, asisten a clase. Los profesores se portaron de lujo y, además de enseñarme el colegio y dejarme entrar libremente en sus clases, me invitaron a un copioso desayuno (para mí, comida para ellos), que servían en la sala de profesores con motivo de la celebración, durante todo un mes, del Hari Raya o fin del Ramadán.



Deshaciendo el camino por el río, regresamos a Sibu para coger allí un avión de hélices a Miri y, tras una noche allí en la que nos tomamos –al son de la música en directo de unos roqueros malayos- los últimos whiskies de las siguientes dos semanas, nos dirigimos, también en un avión a pedales, al Parque Nacional de Gunung Mulu, patrimonio de la UNESCO en el medio de la selva, y sin duda lo mejor de todo Sarawak. Entre los cuatro o cinco grupos de cuevas de Mulu, la inimaginablemente enorme cueva del ciervo, con una altura de 174 metros, es sin duda de lo más espectacular; en su interior habitan dos millones de murciélagos, que durante el día inundan de apestoso guano (huele a lejía) el interior de la cueva y, a la puesta de sol, salen todos juntos en bandada a alimentarse, principalmente de frutos y pequeños insectos. No vimos el tremendo espectáculo con claridad, pero ya cogimos la referencia de un reportaje que Sir David Attenborough, un Félix Rodríguez de la Fuente de la BBC, rodó allí hace unos años sobre estos mamíferos alados. La larguísima cueva de las aguas cristalinas, conectada con otras varias a través de pasajes que las hacen ideales para la espeleología, es también impresionante y, recorrida por un sinuoso y resonante río, pone una imagen real a los pasajes ficticios (¿?) del Viaje al centro de la tierra de Julio Verne.



En Mulu está claro que no hay que pasar por alto las visitas a las cuevas, pero deberíamos haberle metido un mayor componente de aventura organizando (de antemano, claro) alguna jornada de espeleología, o el trekking de tres días hasta los Pináculos, una rara formación de penachos de tierra caliza que sólo vimos en fotos.



Dejamos ese componente de aventura para intentar la ascensión, en el día de mi cumpleaños, al Monte Kinabalu, de 4095 metros, ya en la provincia de Sabah. Pero eso lo contaré en el próximo post, en el que los orangutanes, elefantes, sanguijuelas y gamusinos serán los protagonistas.

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