lunes, 30 de noviembre de 2009

Phnom Penh y la historia camboyana, muy triste

La capital de Camboya, Phnom Penh, ofrece su mejor cara a través del cuidado paseo junto al río Mekong en el que se asienta, donde se encuentran el Museo Nacional, el Palacio Real y la Pagoda de Plata, ninguno de los cuales visitamos por dentro en un arranque de saturación monumental (no creo que nos perdiésemos mucho). Un poco más adentro, la ciudad se convierte en una red cuadriculada de insulsas –sólo arquitectónicamente– calles, que muestran en una esquina el lado más triste de la lucha del país por salir adelante, con lisiados arrastrándose, niños pidiendo o madres con bebés durmiendo en la calle, y en la siguiente, un animado mercado repleto de agradables camboyanos, que con su sonrisa abren una puerta a la esperanza.

Donde no existen estos contrastes es en la sombría, amarga y sobrecogedora visita al Museo Tuol Sleng, antiguo instituto de secundaria utilizado por el régimen del Khmer Rojo como prisión secreta (llamada S-21) en la que, a lo largo de cuatro años del denominado “autogenocidio” camboyano –demasiado cercano en el tiempo y, sobre todo, en la memoria-, se encarcelaron, interrogaron, torturaron y asesinaron a más de 14.000 hombres, mujeres y niños (¿enemigos políticos?). Demasiado triste como para tener interés adicional en visitar los cercanos campos de exterminio de Choeung Ek.

A pesar de que estos hechos tuvieron lugar a final de los años 70 y Camboya aún se pregunta el porqué de estas atrocidades, algunos de los responsables se han librado de rendir cuentas a la justicia de los hombres (que es la única que yo conozco), mientras que otros aún están pendientes de que el complicado proceso judicial finalice. Parece que podría ser pronto.

Y es que una justicia lenta no es justicia.

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