Bien es conocido el enorme grado de biodiversidad del que goza Borneo, en el que existen más especies de plantas que en toda África, y en el que muchos insectos aún están por clasificar y catalogar. En este contexto de abundancia botánica y entomológica, ha sido sin embargo el avistamiento de ciertas aves y mamíferos endémicos lo que ha atraído la ingente atención de la oleada ecoturista en alza.
Calúas, gibones, elefantes pigmeos de Borneo, orangutanes, monos proboscis, loris perezosos y alipéndulas de Borneo abundan por la selva y se dejan ver aleatoria y caprichosamente, mal que les pese a los esforzados turistaventureros, parapetados tras sus cámaras y armados de maxi-lentes de tropecientos milímetros, buscando cándida y pacientemente la instantánea del siglo, persiguiendo aplicadamente el próximo exitazo de Youtube o National Geographic (por cierto, mi vídeo de naturaleza favorito sigue siendo el de la lucha entre búfalos, leones y cocodrilos en el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica).

Cuentan los tabaus en sus leyendas que estas veloces y extrañas aves nocturnas, tan míticas para ellos como eran los quetzales en Centroamérica, sólo se dejan ver por almas puras, de las que, por unas razonas o por otras, quedan muy poquitas, incluso entre los indígenas borneanos, bien malayos o indonesios, musulmanes o cristianos. Y es que hay mucho vicio…
Es por ello que, aunque las excursiones nocturnas hayan sido organizadas con algún niño o niña encabezando la partida (para dar alguna oportunidad a los pecadores fotógrafos, exentos de la inocencia infantil), en los últimos años sólo algunos jóvenes locales han logrado vislumbrar el magnificente colorido de la alipéndula.
Dadas las circunstancias, y siendo consciente de mi naturaleza envilecida, dejé una de nuestras cámaras a Kudra, la niña que actuaba de ayudante del guía, confiando mi suerte a ella. Mientras, con la otra cámara, yo observaba a los observadores, lo que encontraba mucho más interesante.

Y es que esto es lo que pasa con la persecución, que se convierte en acoso, de los mitos de la naturaleza, reales como los de los quetzales o de los gamusinos, o inventados como los de las alipéndulas (creo yo): que rara vez se convierten en realidad, y sólo sirven para atraer, enganchar y, a veces, desesperar a los cada vez más frecuentes turistaventureros. De todas formas, ya se sabe: en el pecado va la penitencia; no es oro todo lo que reluce; y, como decía sabiamente mi abuelo, dice mi padre, y digo yo también, en el bar se siega mucha avena.
Finalmente deciros, queridos amigos, que en mi adorada Extremadura, en lugar de alipéndulas tenemos gamusinos, igualmente difíciles de fotografiar, y mucho más de cazar. A diferencia de las alipéndulas, es prácticamente seguro que todo el que va a cazar gamusinos, acaba viendo uno. Para más información sobre la caza del gamusino, Extremundo world tours.

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