viernes, 30 de octubre de 2009

Alipéndulas en Borneo

Bien es conocido el enorme grado de biodiversidad del que goza Borneo, en el que existen más especies de plantas que en toda África, y en el que muchos insectos aún están por clasificar y catalogar. En este contexto de abundancia botánica y entomológica, ha sido sin embargo el avistamiento de ciertas aves y mamíferos endémicos lo que ha atraído la ingente atención de la oleada ecoturista en alza.

Calúas, gibones, elefantes pigmeos de Borneo, orangutanes, monos proboscis, loris perezosos y alipéndulas de Borneo abundan por la selva y se dejan ver aleatoria y caprichosamente, mal que les pese a los esforzados turistaventureros, parapetados tras sus cámaras y armados de maxi-lentes de tropecientos milímetros, buscando cándida y pacientemente la instantánea del siglo, persiguiendo aplicadamente el próximo exitazo de Youtube o National Geographic (por cierto, mi vídeo de naturaleza favorito sigue siendo el de la lucha entre búfalos, leones y cocodrilos en el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica).

Así, ante tal avidez por contemplar inusitadas escenas de la naturaleza, no faltan en Borneo guías que, por una módica cantidad, conduzcan a los animosos viajeros a la búsqueda de las escurridizas alipéndulas, las cuales, según los tabau, son sin duda las criaturas más difíciles de fotografiar sobre la faz de la tierra, lo que ha sido corroborado por los más prestigiosos ornitólogos, llegados desde Monfragüe.

Cuentan los tabaus en sus leyendas que estas veloces y extrañas aves nocturnas, tan míticas para ellos como eran los quetzales en Centroamérica, sólo se dejan ver por almas puras, de las que, por unas razonas o por otras, quedan muy poquitas, incluso entre los indígenas borneanos, bien malayos o indonesios, musulmanes o cristianos. Y es que hay mucho vicio…

Es por ello que, aunque las excursiones nocturnas hayan sido organizadas con algún niño o niña encabezando la partida (para dar alguna oportunidad a los pecadores fotógrafos, exentos de la inocencia infantil), en los últimos años sólo algunos jóvenes locales han logrado vislumbrar el magnificente colorido de la alipéndula.

Dadas las circunstancias, y siendo consciente de mi naturaleza envilecida, dejé una de nuestras cámaras a Kudra, la niña que actuaba de ayudante del guía, confiando mi suerte a ella. Mientras, con la otra cámara, yo observaba a los observadores, lo que encontraba mucho más interesante.

Y así, en un tremendo golpe de azar, sólo Kudra, como era de esperar, pudo avistar un ejemplar (hembra, según ella) remontando el vuelo hacia las copas de los dipterocarps. Por supuesto, nadie más lo vio y no hay fotografía que lo inmortalice.

Y es que esto es lo que pasa con la persecución, que se convierte en acoso, de los mitos de la naturaleza, reales como los de los quetzales o de los gamusinos, o inventados como los de las alipéndulas (creo yo): que rara vez se convierten en realidad, y sólo sirven para atraer, enganchar y, a veces, desesperar a los cada vez más frecuentes turistaventureros. De todas formas, ya se sabe: en el pecado va la penitencia; no es oro todo lo que reluce; y, como decía sabiamente mi abuelo, dice mi padre, y digo yo también, en el bar se siega mucha avena.

Finalmente deciros, queridos amigos, que en mi adorada Extremadura, en lugar de alipéndulas tenemos gamusinos, igualmente difíciles de fotografiar, y mucho más de cazar. A diferencia de las alipéndulas, es prácticamente seguro que todo el que va a cazar gamusinos, acaba viendo uno. Para más información sobre la caza del gamusino, Extremundo world tours.

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