jueves, 25 de febrero de 2010

Argentina: tan cerca, tan lejos

Una de las cosas que aún no me puedo explicar es cómo no había estado antes en este país con el que tantas cosas me unen. Argentina es un pedazo de España en Sudamérica: así, Buenos Aires es un Madrid gigantesco dibujado con escuadra y cartabón; y las calles de Mendoza, con sus cafeterías a la sombra de los árboles parecen traídas del Paseo de Cánovas en Cáceres a las proximidades del Aconcagua.


El argentino es un castellano viejo que conoce su lengua y juega con ella –en España cada vez la conocemos menos, con lo que para muchos hay poco margen para recrearse en ella-, con un punto de italiano caradura, y que se adaptó al mundo latino con el que convive a ritmo de tango, sufriendo los vaivenes de la vida (y del peso) de la mano de su Dios Maradona. De esta forma, las conversaciones con ellos sólo pueden ser, además de dilatadas en el tiempo –por su conocida verborrea-, divertidas, ya se hablase de política, de mujeres o de fútbol, sin duda los temas favoritos del país. Entre ellos, las discusiones sobre la mística, el talento y la (in)competencia de Maradona no tienen parangón, así es que con mucha asiduidad le sacábamos el tema a los taxistas, que siempre entraban al trapo.

Estas dos semanas y pico en Argentina me han puesto el caramelo en la boca para volver. Quizás lo peor de todo fuese la mala decisión de ir a pasar un fin de semana a Mar del Plata, una ciudad enorme y masificada donde se concentran buena parte de los porteños a pasar sus vacaciones. No daban ganas ni de ir a la playa, un verdadero campo de batalla en el que se suceden las luchas por colocar una toalla o meter un pie en el agua. ¡Nunca vi nada igual!

Sin embargo, a partir de ahí, todo fue estupendo y muy variado: Bariloche y la región de los Lagos, Mendoza y la zona cercana de los Andes, Córdoba y sus sierras... Dejé sin embargo muchos otros lugares para nuevas visitas que sin duda haré: el glaciar Perito Moreno, Tierra de Fuego, el norte del país (Salta, Tucumán y Jujuy), tal vez Rosario…

San Carlos de Bariloche es una pequeña y preciosa ciudad de montaña a la que llegamos desde Mar del Plata en un largo trayecto en autobús a través del interminable paisaje patagónico. Situada junto al lago Nahuel Huapi, su situación es la zona es inmejorable como centro turístico durante todo el año, ya que se convierten en estaciones de esquí en invierno lo que en época estival son lomas y montañas por donde hacer rutas de senderismo.


Tras subir el Cerro Campanario, un día lo dedicamos a recorrer en bicicleta el llamado “Circuito Chico”: unos treinta y cinco kilómetros, a través de preciosos parajes junto al lago, que se acabaron haciendo largos con tantas subidas y bajadas. Otro día hicimos la espectacular “Ruta de los Siete Lagos” –esta vez en coche-, que nos llevó a lugares tan típicos como Villa La Angostura o San Martín de los Andes, pasando por caminos de ripio (tierra), algunos de los cuales sin duda eran propios de carreteras de rally.


Por otra parte, en la zona andina cercana a Mendoza, fijamos el pequeño pueblo de Uspallata como nuestro centro de operaciones para visitar el valle del mismo nombre, el Parque Nacional del Cerro Aconcagua, y los diferentes puntos de interés a través de la carretera que va camino de Chile: el Puente del Inca, el Monumento chileno-argentino al Cristo Redentor –donde, a 4000 metros sobre el nivel del mar, hacía un viento gélido que helaba hasta la sangre-, o el cerro de los Penitentes. Impresionantes paisajes, con ríos de aguas bravas, quebradas imposibles, cerros multicolores y el impresionante Aconcagua, dominador de las áridas y nevadas cumbres andinas. De vuelta a Mendoza fuimos por una ruta diferente, cuyo mayor atractivo era el trayecto en sí, atravesando los llamados caracoles de Villavicencio, un camino en zig-zag de pista de arena (regular) a través de la semi-cordillera andina. Y ya en esta concurrida ciudad universitaria pasamos una noche de jueves muy divertida, cenando mejor que de costumbre y liándola parda en algún boliche mendocino, hasta bien tarde, ya que resulta que Argentina es el único país que conozco en el que la noche comienza (y alguna vez, termina) más tarde que en España.


Lo siguiente en nuestro viaje fue Córdoba, ciudad en la que destaca la Plaza de San Martín (en todo el país hay alguna, haciendo honor al “libertador”), con su bonita catedral jesuítica. Desde allí, tras salir un par de noches (regular), exploramos varios pueblos en el valle de Punilla: Cosquín, La Cumbre –pueblo llamado como el de mis abuelos, cerca de Trujillo; y donde un pequeño riachuelo a veces es llamado El Balneario y otras, según el agua que lleve, El Chorrillo- o Villa Carlos Paz, que sin duda tiene más encanto del que me esperaba (nos dijeron que era un Mar del Plata de interior), con una situación privilegiada junto al lago San Roque.

Al margen de toda la parte turística y de recreo en Argentina, y mucho más importante, resulta que tengo familia allí. Sí, Nieves y Manolo, hermanos de mi abuelo Paco, se fueron de su Losar hacia Argentina hace más de 40 años, y durante este viaje he tenido la fortuna de conocer y pasar unos ratos magníficos con una parte de mi familia que no conocía y que está afincada allí. Mi tía Nieves (con 93 años, 17 nietos y 28 bisnietos, según recuerda con cariño muy lúcida ella), su hijo Paco y su hija Rosa Mary viven en Córdoba, y con todos ellos pasé una tarde-noche entrañable y divertidísima. En Buenos Aires, Daniel, primo hermano de mi madre, nos mostró una pequeña parte de Buenos Aires (La Boca, con la típica calle Caminito) y nos invitó a cenar con toda su familia a su bonita casa en San Isidro.

También lo pasé estupendamente y me sentí muy cómodo y cercano con los todos los Antón: y es que la familia siempre es la familia, esté donde esté.
18 - Argentina

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