jueves, 4 de febrero de 2010

Carreras de caballos en Bangkok

En nuestro largo viaje desde Viantiane, la insulsa capital de Laos, hasta el destino playero que habíamos elegido para pasar la Nochevieja (Kho Phagan), nos quedamos atrapados en Bangkok durante 13 horas, ya que todos los trenes hacia el sur estaban completos. Llegamos a la estación a las 6.30 de la mañana y, tras intentar todas las opciones, la mejor combinación que conseguimos fue reservar un autobús a las 7 de la tarde, que engancharía con un barco en Surat Thani que nos llevaría, vía Ko Samui, a nuestra isla fiestera. Fueron finalmente 20 horas infernales, pero eso es otra historia…

El caso es que teníamos todo el día por delante en Bangkok, y tuvimos el acierto de preguntar por las carreras de caballos. Efectivamente, ese domingo era día de carreras en el hipódromo principal de Bangkok, situado en el centro de la ciudad, muy cerca del parque Lumphini, y allí pasaríamos un día muy majo los tres: Marco –de quien tomé "prestada" la foto de más abajo"; buena cámara y buena mano-, José Ángel –infatigable estadista, también este día- y yo.

Alquilamos nuestros prismáticos, compramos el libro de las estadísticas de los caballos y pagamos la ridícula entrada de 50 Baht (1 euro) por acceder al recinto. Bonito, bonito, bonito, el hipódromo del Royal Bangkok Sport Club, que tenía hasta un pequeño campo de golf en el interior de la pista, con sus bunkers, lago y todo.

Durante las diez carreras pudimos probar algunos de los diferentes métodos de apuesta: caballo ganador, posición (que el caballo quede entre los tres primeros) y primero-segundo (que tus dos caballos, sin importar el orden, sean los dos mejores de la carrera). En la elección de los caballos, también jugamos un poquito: apostamos por los caballos favoritos (que cuando ganaron, nos dieron más bien poco dividendo); por caballos con estadísticas regulares (que habían ganado alguna carrera –o cerca- en su histórico) pero que aún así estaban bien pagados (sobre 4-1 ya está muy bien); y también por caballos que nos gustaban por diferentes características: su presencia, los colores del jockey (muy práctico para identificarlos en la carrera) o, simplemente, su nombre.

Pues con toda esta metodología para el vicio (y por supuesto, sin seguir, en general, los consejos de los amistosos apostantes de la tribuna), conseguimos estirar los 1500 Baht que pusimos entre los tres para mantener la emoción hasta la última carrera, en la que nos jugamos los 700 Baht que nos quedaban (habíamos ganado en la carrera anterior) a dos caballos muy aparentes cuyo nombre sin duda recordaría, de haber ganado alguno de ellos.

Como no fue así, nos volvimos a la estación tras la última cerveza con la sensación de haber pasado un día estupendo, cuando, a priori, no esperábamos nada de él. Otras veces pasa al contario, así es que: ¡a disfrutar de las cosas buenas!


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