martes, 23 de febrero de 2010

Hacia Chile pasando por un poquito de mundo anglosajón

La verdad es que nos costó muchísimo marcharnos de Asia, y eso que la idea inicial era pasar en Sudamérica unos tres meses. Pero la dinámica del viaje, que requería tomarnos la vida con calma, hacía que nos costase horrores, por unas cosas u otras, despedirnos fácilmente de cada país asiático.

De hecho, incluso intentamos alargar una semana más nuestro tiempo en Filipinas con la idea de darnos una vuelta por el Carnaval que se celebra a mediados de Enero en Kalibo, al que el dueño de nuestra pensión en Boracay (un tío muy divertido) nos invitaba, pues él tenía casa allí.

No pudo ser –¡menudo quilombo hemos tenido durante todo el viaje con los vuelos del billete de vuelta al mundo de LAN Chile!-, así es que a partir de entonces (10 de enero) afrontamos el complicado trámite de llegar, a través de varios destinos intermedios, desde Filipinas hasta Chile, nuestro punto de entrada en Sudamérica. Así, de Boracay tomamos el bote a Caticlán, para allí volar a Manila, y de allí a Bangkok el mismo día; al siguiente, vuelo a Brisbane, en Australia (vía Singapur). Un par de días en la Sunshine Coast australiana, y vuelo hasta Santiago, con escala de unas horas en Auckland, Nueva Zelanda.

Sinceramente, no me dio pena no pasar más tiempo en Australia o Nueva Zelanda (y eso que NZ me encantó cuando estuve, y me quedé con ganas de explorar con más tiempo la parte más septentrional de la isla norte) esta vez, ya que en el estilo de viaje que proyectamos, lo que es el mundo anglosajón no pega demasiado. Caro, caro, caro, y más en comparación con Asia, de donde veníamos. De todas formas, por ver la zona, alquilamos un coche en el aeropuerto de Brisbane y condujimos hasta Mooloolaba, un tranquilo pueblo surfero australiano en el que fuimos a la playa y nos recuperamos de tantos días seguidos saliendo en Boracay.

Y así llegamos a Chile, donde disfrutamos de la hospitalidad y amabilidad de Charlie y señora, conocimos a su recién nacida hija Cristina y nos dimos algún que otro homenaje culinario. La ciudad de Santiago de Chile no me pareció que tuviese nada especial, aunque tiene pinta de ser un lugar cómodo y tranquilo para vivir.


También visitamos Valparaíso, bonita ciudad costera, a la que Neruda tenía un enorme aprecio. A mí me decepcionó un poco, aunque, como siempre, es cuestión de expectativas.


Las expectativas que desde luego no defraudaron fueron las de volver a utilizar el castellano, y es que, aunque sea con ciertas palabras trocadas, sólo escuchar tu lengua materna te hace sentir como en casa. Eso sí, como ya dije, allí se sale de carrete, en lugar de a la Quiniela se juega a la Polla, y, en vez de azafatas, en los vuelos te atiendan aeromozas.

Pero para mozas, olvidémonos de Chile, que nuestro siguiente destino era … Argentina.

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