jueves, 20 de agosto de 2009

Mucho tren, nuevas ciudades rusas...

Llevamos ya más de una semana de ruta propiamente dicha, con cinco tramos en tren de 6, 9, 14 , 21 y 4 horas respectivamente (vamos haciendo ejercicios de aclimatación, como en el montañismo), para un total de 3565 Km en tren. Ya hace tiempo que pasamos la frontera Europa-Asia (justo antes de llegar a Yekaterimburgo, en algún punto de los Urales) y que entramos en la vasta región de Siberia, de cambiantes paisajes y grandes ríos.

Así, continuamos nuestro camino hacia el Lago Baikal, una de las referencias de nuestro viaje, con dosis parejas de ilusión, divertimento urbano asegurado y hastío ferroviario intermitente.

La vida en los trenes es curiosa: el tiempo puede quedarse en un básico “comer-dormir-leer-dormir-leer-comer-dormir”, repetido ininterrumpidamente como un día de la marmota siberiano; o bien transformarse, aún marmoteando, para llegar a la integración total con la atmósfera rusa, en la que los amistosos compañeros de viaje de múltiples etnias y procedencias siempre aparecen deseosos de invitar a unos extraterrestres españoles a una botellita de vodka (con su correspondiente aperitivo) a cambio de una amena (a veces) conversación en rusespanglish, idioma oficial del viaje. Camino a Kazán, definitivamente debieron de faltar pepinillos, ración de conserva de pescado o salchichón ruso –estos parecen los aperitivos más apropiados para el vodka- para acompañar las tres botellas de vodka –tres– y la botella de brandy que nuestro amigo tatar “Babay” (abuelo en tatar) y el aigur Alex se empeñaron en finiquitar con nosotros, porque el efecto fue demoledor y la resaca del día siguiente de órdago a la grande.

Respecto a las ciudades, empezamos con parada obligada en Nizhny Novgorod -donde había estado por trabajo en 2005, con gratos recuerdos-, en plan relax y descanso (nada de salir), con largos paseos por la ciudad, algo de deporte y alojamiento en una residencia de estudiantes local que nos permitió experimentar la espartana dureza de las habitaciones de estilo soviético. El centro de la ciudad es agradable, con la transitada Bolshaya Pokrovskaya Ulitsa como referente para los apreciados paseos rusos (otro día hablaré de este tema) y el restaurante Pyatkin como acierto gastronómico en la hasta ahora precaria comida del país. La situación del Kremlim de la ciudad en una colina en la confluencia de los ríos Oka y Volga proporciona unas vistas espectaculares y una justificación perfecta para su ubicación en este enclave allá por el S.XVI. La visita al pueblo de ¿artistas? de Gorodets es claramente prescindible, a no ser que se pueda hacer en barco por el Volga; nosotros no pudimos (o no supimos) y la hicimos en minibús colectivo, en el que me dejé el jersey en la ida (costó recuperarlo…) y que, a la vuelta, compartimos con una muestra significativa de la población rural de la región, perro incluido.

Kazán sin duda fue una grata sorpresa: ciudad abierta y multicultural, cuidada, de amplias aceras, agradables paseos y espectaculares monumentos junto al Volga. La capital de Tatarstán, situada entre los ríos Kazanka y Volga, no está en la ruta oficial del transiberiano, pero nuestro empeño en no parar en Perm nos llevó afortunadamente hasta allí, y así poder ver la majestuosa mezquita de Kul Sharif, junto a varias iglesias y catedrales ortodoxas y alguna católica. Además, aunque no fuimos al museo de cultura tatar que tanto aprecio tienen los locales (bueno, el 50%), la casualidad nos llevó a una especie de fiesta tatar (parecía una despedida de solteros sin serlo), en la que el aspecto agitanado de Mat congenió muy bien con esta etnia de turco-musulmanes, que tanto empeño pusieron en sacar a bailar a mi amigo albaceteño; por suerte pudo escapar, y es que prefirió emular el moonwalk de Michael Jackson y así llevarse los aplausos del público en un animado bar de rock de los 60 que también visitamos.

Así es que ya veis, salimos de día y de noche, descansamos en un hotel decente junto a la estación –donde hicimos nuestra primera y hasta ahora única colada-, y planificamos el resto de la ruta transiberiana hasta Ulan Bator. Nos dimos cuenta de que cuadrar los billetes puede ser más complejo de lo pensado inicialmente, así es que, tras un par de visitas a la estación y ayuda local incluida, compramos los billetes de tren de varias de las siguientes etapas.

Y la siguiente parada nos llevó, sin saberlo, a la celebración del 276 cumpleaños (o por ahí cerca) de la ciudad de Yekaterimburgo (otra ¿tercera ciudad rusa?), desde donde visitamos en un día de perros (el primero malo de todo el viaje) el lugar en que se dio muerte a la familia Romanov, los últimos zares rusos, allá por 1918. Por alguna razón que aún no entiendo (habrá que investigar) parecen santificados por la iglesia ortodoxa y allí han construido el llamado Monasterio de los Santos Mártires, con bonitas iglesias de madera llenas de, al parecer, carísimos iconos. Yekaterimburgo como ciudad no tiene nada de especial (edificios soviéticos, estatuas de Lenin…), pero se ve una ciudad viva y animada, y puede ser un buen punto para una excursión a los Urales (que en nuestro caso afortunadamente –por el mal tiempo que hizo- no salió adelante con la agencia de turismo local).

Y tras terminar este largo post, aquí seguimos en nuestro vagón de segunda clase camino de Novosibirsk, la última parada antes de la recomendada ciudad de Tomsk (ya estamos aquí), donde ya estamos montando nuestro próximo campamento base y desde donde espero poder hacer algunas mejoras en el blog, que unas fotitos se agradecen, ¿verdad?.

3 comentarios:

  1. En Tomsk os lo pasaréis muy bien... es una ciudad básicamente universitaria, pero yo pasé por ahí justo en estas fechas hace 3 años y fue la caña... Mucha marcha, y la gente mucho más interesada en extranjeros que en la ruta oficial del transiberiano...

    ResponderEliminar
  2. Fenómenos!
    Me alegro que los consejos moscovitas os resultaran de utilidad...
    Para nosotros también fue un auténtico placer encontraros por la Madre Rusia!
    Seguiremos vuestras andanzas con la atención que aventuras así se merecen.
    Un abrazo a ambos y a gozar del súperviaje!
    Pereday Mateo bol'shoy privet ot menya!
    Seguiremos en contacto...
    Nachino

    ResponderEliminar
  3. Espasiva (creo que gracias en ruso)por los comentarios que pones y que nos sirven para seguirte la pista.Supongo que en alguna de esas fiestas ya habrás tocado la "balalaika". Un abrazo.

    ResponderEliminar